Oleksandr Prijodko mantiene la esperanza cuando desde su casa escucha el estruendo de los bombardeos ucranianos para frenar a los rusos en el bastión meridional de Jersón, que Ucrania trata de recuperar.
El hombre, de 42 años, rebosa de energía pese a estar entre las ruinas recubiertas de polvo de la tienda familiar que construyó con sus propias manos, situada al borde de los terrenos que Rusia conquistó.
Las fuerzas rusas destrozaron la construcción en julio, cuando trataron de tomar por segunda vez el puerto fluvial de Mikolaiv, en el sur de Ucrania, a unos pocos kilómetros.
Desde entonces, las tropas de Kiev lanzaron una contraofensiva y la carretera que une Mikolaiv con Jersón se convirtió en uno de los principales ejes de la guerra, que se inició el 24 de febrero con la invasión rusa.
Prijodko creció en el pueblo de Kotliareve, situado al borde de esta carretera y bombardeado por los rusos.
"Nuestras vidas dependen de nuestros soldados", dice, mientras se multiplican los tiros de proyectiles. "Escuchar noticias de nuestros éxitos nos da un gran alivio a nivel psicológico", explica.
"Incluso pequeñas cosas como ver un vehículo militar ir al frente y volver sano y salvo te hace sentir mejor", añade.
En el norte del país, más industrial, la contraofensiva ucraniana lanzada en septiembre ha permitido reconquistar casi sin combates territorios controlados por los rusos.
Misiles de largo alcance
Pero aquí, ni los combatientes ni los habitantes esperan que ocurra lo mismo en Jersón, la primera ciudad importante tomada por los rusos tras la invasión.
La urbe y su región homónima son la puerta de entrada a la península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014, y el mar de Azov.
Perderla sería una derrota importante para el presidente ruso Vladimir Putin y lo dejaría con las manos vacías después de una guerra que aisló a Rusia en el ámbito internacional.
La batalla de Jersón empezó con un asalto con misiles de largo alcance, que Washington aceptó comenzar a entregar a fines de mayo a regañadientes.
Los ucranianos alcanzaron con éxito los arsenales de armamento y las rutas usadas por Rusia para abastecer a sus soldados en Jersón.
El objetivo era impedir que Moscú obtuviera más armas. Luego, siguieron bombardeando.
Los ecos de la guerra alrededor de Kotliareve dejan pensar que la estrategia de Ucrania tiene éxito.
Los rusos responden a los tiros ucranianos con disparos esporádicos que ya no tienen el mismo efecto que antes sobre los habitantes, tras ocho meses de guerra.
"Ahora nos disparan mucho menos", señala Viktor Romanov, de 44 años y que también trabajaba en la fábrica local.
"Como en una montaña rusa"
Con su esposa Irina, ha vuelto como cada semana para inspeccionar su casa y darle comida a los perros y gatos que merodean cerca de su morada.
La pareja prefiere quedarse en Mikolaiv, donde se siente más segura.
"Antes estábamos llenos de esperanza y luego vimos caer las bombas sobre nuestras cabezas", dice Irina. "Nos sentimos como en una montaña rusa, con los ánimos subiendo y bajando", añade, en referencia a la capacidad de Ucrania para hacer retroceder a los rusos.
El sábado, Moscú acusó a Ucrania de un ataque con drones contra su flota estacionada en la bahía de Sebastopol, en el mar Negro. También lo hizo tras el ataque del 8 de octubre, que dañó el puente que conecta Crimea con Rusia continental y sirve para abastecer a sus tropas.
Pero Oleski Vaselenko, un rusohablante que luchó contra las fuerzas prorrusas en el este de Ucrania en 2014, está preocupado.
Nació en Jersón hace 32 años y también trabajaba para la fábrica de Kotliareve. Mantuvo el contacto con familiares en Jersón, aunque de manera secreta para no ponerlos en peligro.
"Todos los que conozco quieren regresar a ser parte de Ucrania. Sufren de verdad", se lamenta.