/ lunes 1 de agosto de 2022

Liberan tortugas marinas en Venezuela

En la liberación, los niños emocionados las ponen con delicadeza en la arena

Unas 100 tortuguitas marinas aletean en la arena, ansiosas por llegar al mar. Acaban de ser liberadas por un grupo de niños y rescatistas que suman 16 años luchando contra su extinción en Venezuela.

"Uno de los mejores años de desove ha sido este", dice a la AFP Pedro Pérez, de 59 años, quien vive a pocos metros del mar en el escondido pueblo de La Sabana, en La Guaira (norte).

Las 101 crías de tortuga caguama, que cuando son adultas tienen una cabeza enorme y un color amarillo pálido, eclosionaron en un vivero que Pedro construyó para resguardar huevos que encuentra en los 3 km de la playa Virginia.

Foto: AFP

En la liberación, los niños emocionados las ponen con delicadeza en la arena.

"Estoy tratando de hacer algo por el mundo", asegura. "Es bastante lo que está pasando, el desastre ecológico, el cambio climático... Lo hago con amor".

A las costas venezolanas llegan cuatro de las siete especies de tortugas marinas: la cardón, la más grande, que puede medir hasta 2 metros y sobrepasar los 500 kilos; la verde, la segunda mayor con más de 200 kilos de peso; y la carey, una de las más pequeñas; además de la caguama.

La carey está en estado "crítico"; la verde, en "peligro"; y la camagua y la cardón son consideradas "vulnerables" en la lista roja de la Unión Internacional por la Conservación de La Naturaleza (UICN).

Pedro comenzó los rescates tras enterarse del peligro que corrían.

"Yo sabía que se comía la tortuga, el huevo, pero que estaba así a punto de extinguirse...", comenta antes de hacer un gesto de negación.

Los huevos se venden hasta en 50 dólares la docena y el caparazón puede costar 5.000 dólares para joyería.

"La gente es el mayor depredador", explica el biólogo marino Clemente Balladares, responsable de uno de los proyectos más grandes de protección de la tortuga marina en Venezuela, el de Paria, en el estado Sucre (norte), la segunda zona donde hay más nidos en el país (con 300) después de Isla de Aves (700).

En La Sabana, Pedro ha registrado 25 desoves de cardón, carey y caguama esta temporada.

En Camurí, una zona más céntrica de La Guaira, se instaló un grupo conocido como "Guardianes de las tortugas". Allí desovó, hace pocas semanas, a plena luz del día y en presencia de turistas, una cardón.

El ministerio de Ecosocialismo (Minec) calcula que llegaron a unos 2.000 huevos en La Guaira. Su apoyo es más logístico que monetario, incentivando "iniciativas privadas" para financiar proyectos.

El de La Sabana subsiste principalmente con donaciones, al igual que el de Balladares, que explica que desde 2012 el Estado dejó de financiar programas de protección de tortugas marinas.

Este biólogo, que señala que el presupuesto anual puede llegar a 15.000 dólares, logró bajar de 88% al 7% la incidencia de saqueos de quelonios en su zona de acción. En La Sabana no hay aún un registro como este, aunque "hay muchas personas que se han concientizado", afirma Emma León, activista de 30 años.

"Los guerreros de esto son los niños", sostiene Emma. En La Sabana, al menos, es así.

Unas 100 tortuguitas marinas aletean en la arena, ansiosas por llegar al mar. Acaban de ser liberadas por un grupo de niños y rescatistas que suman 16 años luchando contra su extinción en Venezuela.

"Uno de los mejores años de desove ha sido este", dice a la AFP Pedro Pérez, de 59 años, quien vive a pocos metros del mar en el escondido pueblo de La Sabana, en La Guaira (norte).

Las 101 crías de tortuga caguama, que cuando son adultas tienen una cabeza enorme y un color amarillo pálido, eclosionaron en un vivero que Pedro construyó para resguardar huevos que encuentra en los 3 km de la playa Virginia.

Foto: AFP

En la liberación, los niños emocionados las ponen con delicadeza en la arena.

"Estoy tratando de hacer algo por el mundo", asegura. "Es bastante lo que está pasando, el desastre ecológico, el cambio climático... Lo hago con amor".

A las costas venezolanas llegan cuatro de las siete especies de tortugas marinas: la cardón, la más grande, que puede medir hasta 2 metros y sobrepasar los 500 kilos; la verde, la segunda mayor con más de 200 kilos de peso; y la carey, una de las más pequeñas; además de la caguama.

La carey está en estado "crítico"; la verde, en "peligro"; y la camagua y la cardón son consideradas "vulnerables" en la lista roja de la Unión Internacional por la Conservación de La Naturaleza (UICN).

Pedro comenzó los rescates tras enterarse del peligro que corrían.

"Yo sabía que se comía la tortuga, el huevo, pero que estaba así a punto de extinguirse...", comenta antes de hacer un gesto de negación.

Los huevos se venden hasta en 50 dólares la docena y el caparazón puede costar 5.000 dólares para joyería.

"La gente es el mayor depredador", explica el biólogo marino Clemente Balladares, responsable de uno de los proyectos más grandes de protección de la tortuga marina en Venezuela, el de Paria, en el estado Sucre (norte), la segunda zona donde hay más nidos en el país (con 300) después de Isla de Aves (700).

En La Sabana, Pedro ha registrado 25 desoves de cardón, carey y caguama esta temporada.

En Camurí, una zona más céntrica de La Guaira, se instaló un grupo conocido como "Guardianes de las tortugas". Allí desovó, hace pocas semanas, a plena luz del día y en presencia de turistas, una cardón.

El ministerio de Ecosocialismo (Minec) calcula que llegaron a unos 2.000 huevos en La Guaira. Su apoyo es más logístico que monetario, incentivando "iniciativas privadas" para financiar proyectos.

El de La Sabana subsiste principalmente con donaciones, al igual que el de Balladares, que explica que desde 2012 el Estado dejó de financiar programas de protección de tortugas marinas.

Este biólogo, que señala que el presupuesto anual puede llegar a 15.000 dólares, logró bajar de 88% al 7% la incidencia de saqueos de quelonios en su zona de acción. En La Sabana no hay aún un registro como este, aunque "hay muchas personas que se han concientizado", afirma Emma León, activista de 30 años.

"Los guerreros de esto son los niños", sostiene Emma. En La Sabana, al menos, es así.

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