Varios terremotos sociales se han sucedido en los últimos días. En lugares tan distantes como Ukrania y tan cercanos como el estadio Corregidora, con orígenes y alcances incomparables, pero solo con la similitud de la violencia y la saña. Es difícil olvidar las escenas en las que personas ven su vida trastocada o eliminada en un momento. Y una cámara lo registra y esa foto o video dan la vuelta al mundo en menos de lo que usted termina de leer este enunciado. ¿Qué sucede a partir del registro de estas escenas violentas? Pasan muchas cosas. Y, sobre todo, si pensamos que ahora cualquier persona con un celular puede ser un emisor masivo de estas imágenes.
Por eso es importante hacer un alto y pensar en la responsabilidad individual y colectiva. Porque cualquier imagen, sacada de contexto, puede incendiar cosas, romper familias, provocar reacciones inauditas. No se interprete como que estoy a favor del ocultamiento. En la falsa dicotomía entre comunicar o no comunicar, siempre estaremos a favor de compartir. Pero quizás mi propuesta es solamente adjetivar esa comunicación y agregar: sí, comunica, pero de manera responsable.
Piensa si está bien ver el rostro de una víctima. La respuesta no es siempre sí. Depende del contexto, depende del medio, depende de la circunstancia en la que se comparte la imagen. Piensa si está bien ver el rosto del victimario: todos nos indignamos pero no somos impartidores de justicia. En una sociedad en la que existe el derecho, debemos estar al lado de la víctima pero no olvidar que los juicios sumarios, aunque sean a través de las redes sociales, son un signo de autoritarismo. No dejemos que el morbo y la rabia se sobrepongan a la serenidad y a la justicia. Una foto o un vídeo no es un juicio, es un testimonio. Y para que se sostenga como tal, deberá estar dotado de una consideración ética y responsable. Asumamos ese rol en lo individual y en lo colectivo.
*Directora del Departamento de Medios y Cultura Digital Región Centro Sur, Tec de Monterrey.