Dentro de la amplia gama de gastronomía mexicana, los tamales, como muchos elementos de nuestra cultura, son de origen prehispánico y de adaptación española-católica: originalmente se preparaban para servicios religiosos aztecas y ahora representan el apadrinamiento y presentación del niño Jesús.
Pero los tamales están presentes todos los días del año en los hogares y forman parte del desayuno de muchos trabajadores y estudiantes que diariamente madrugan. Independientemente de la composición, nivel socioeconómico o el giro al que se dediquen, es común ver en las paradas de camión, afuera de escuelas o corporativos los famosos triciclos y puestos de tamales.
Apenas van a dar las siete de la mañana y los rayos del sol ya se asoman, apurados comienzan a tomar su lugar los vendedores de tamales. Algunos llegan pedaleando el triciclo, otros, más cómodos, llegan en camionetas a descargar lo que conformará su puesto.
La gente, en sus carreras, salen sin desayuno. Su esperanza es toparse con uno de estos y puedan consumir su desayuno diario. La clientela se amontona, algunos piden solo tamales, otros lo piden con su atole; pero el combo máximo es la torta de tamal con su atole.
Apurados los despachadores atienden a uno y otro, pues llevan prisa. Sirven un atole, se mueven a sacarle el migajón al bolillo y así su mañana ajetreada. La ventaja es que su labor de venta es en periodo corto ya que al rededor de las 10 am comienzan a levantar lo poco o mucho que conforma su puesto.
El regreso es el mismo, unos pedalean en 5 de febrero pero en las pendientes, mejor caminan; y a otros pasan a recogerlos en camionetas. Para las once ya están de regreso en esas grandes casas en donde producen los miles de tamales que diariamente se consumen.