Las repisas donde alguna vez se colocaron decenas de productos hoy están desiertas. Sobre ellas hay papeles arrumbados, envases vacíos, discos compactos y una que otra imagen de un santo. La soledad de esos anaqueles habla por sí sola. Es la muestra irrefutable de una muerte lenta. Un negocio que, a pesar de todo y de todos, rasguña su permanencia en los tiempos actuales.
Ahí, en ese lugar casi despoblado, se encuentra don Enrique Trejo, quien todas las mañanas se levanta con las fuerzas que le dan sus 79 años de edad para abrir esa tiendita que fue herencia de su padre, ese negocio que nada contra corriente y se sostiene en pie tras años de existencia en el centro de San Juan del Río. Un lugar que se resiste a ser vencido por las tiendas de conveniencia que poco a poco han ganado terreno en esta ciudad.
“La Luz del Día”, ese es el nombre que su padre decidió que llevara esa tienda que, sin haberlo pensado, se iba a convertir en el sustento de vida para sus futuras generaciones. El negocio arrancó un 1 de mayo de 1940. No se pudo haber escogido mejor fecha para iniciar un trabajo que el día exacto en el que se enaltece esta actividad.
Don Enrique hace cálculos y atina a decir que en los próximos meses la tienda cumplirá 84 años. “84”, vuelve a repetir y hace una pausa como para escarbar en sus memorias aquellos buenos momentos donde el negocio era sostenible. Luego, se traslada hasta el presente y lamenta que hoy ese lugar que vio prosperidad se está marchitando a causa de una pelea contra las grandes marcas. Una batalla donde las tienditas como la de él se extinguen.
“84… ¡Caray! En ese tiempo, cómo iba uno a pensar en que nos iban a invadir unas cadenas de tiendas departamentales, de tiendas de conveniencia. Más que les dieran permisos de funcionar en esa forma. El auge para ese tipo de cadenas ha sido grande, les ha ido muy bien. En comparación, tiendas como esta han ido decayendo”, dice detrás de su mostrador.
Asegura que la batalla del comercio local contra las tiendas de grandes marcas no ha sido en años recientes, sino desde tiempo atrás. Vuelve al pasado y recuerda que en la década de los 80 las bodegas que surtían a las tienditas fueron eclipsadas por los primeros centros comerciales que aparecieron en la ciudad. Sostiene que ante la aparición de establecimientos de este tipo, decenas de almacenes de sanjuanenses bajaron sus cortinas, pues no vieron más clientes.
Hoy, subraya, la realidad no es distinta. Ya no quedan más bodegas locales de abarrotes, fueron consumidas y las tienditas parece que van hacia el mismo destino. Afirma que el hambre de las tiendas que aparecen en cada esquina, pintadas de amarillo y rojo, es inmenso. Dice que poco se puede hacer contra ellas y más si su proliferación avanza al ritmo que se ha visto en los últimos años.
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Don Enrique no lo dice, evita las palabras. Pero, la resignación cae sobre él, sabe que la tienda que fundó su papá hace más de ocho décadas puede ir hacia el mismo precipicio que muchas más. No lo dice él, pero lo dicen esas repisas vacías y polvorientas, el refrigerador que guarda unos cuantos refrescos y aguas, los exhibidores donde solo se mantienen los precios pintados con un plumón. Lo grita el vacío de su tiendita.
“Ya no era posible mantener otros productos. Ya no había ganancia. Aunado a eso, las tiendas de cadena tienen derecho a descontar lo que pagan de varios impuestos. Uno no tiene derecho a reclamar nada, a descontar nada. Desgraciadamente, esa es la realidad”, sentencia.