Desde temprana hora decenas de personas comienzan a llegar al Santuario. Comerciantes se instalan a las afueras del recinto para ofertar sus productos: niñas blancas de diferentes tamaños, cráneos, escapularios, veladoras. Algunos de los devotos ingresan con sus automóviles al lugar, se estacionan, abren cajuelas, ponen sus mesas y empieza a repartir alimentos a los visitantes.
Adentro, el Santuario está repleto de flores de distintos colores, los adornos abundan en los pasillos, las mañanitas al ritmo del mariachi resuenan, el olor del incienso se esparce cubriendo cada uno de los rincones y las velas encendidas recrean un ambiente cálido en ese espacio que alberga una variedad de imágenes de la Santa Muerte.
Los devotos ingresan uno a uno. Algunos de rodillas en un acto de agradecimiento por haber cumplido el favor pedido, otros lo hacen con su niña blanca en brazos y unos más con latas de cerveza, botellas de licor y cigarrillos que posteriormente colocarán a los pies de una de las imágenes a modo de ofrenda.
Durante los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, el Santuario de la Santa Muerte, ubicado a un costado de la Carretera Federal México-Querétaro, en Pedro Escobedo, se vuelve en receptáculo de miles de devotos que provienen de diferentes partes del estado e inclusive entidades aledañas. Llenos de fe, acuden año con año a celebrar a quien se ha convertido en su protectora.
Durante los festejos se observa la congregación de personas de diferentes estratos sociales y diversidad de ocupaciones. Sus fieles dicen que ante ella todos somos iguales, pues cuando se hace presente no discrimina. Dentro del recinto también aparecen familias completas, madres y padres que han transferido esta devoción a sus hijos, como es el caso de Itzel, joven de 26 años.
Cuenta que su fe a la Santa Muerte es por herencia, ya que sus padres son fieles a ella desde hace varios años. Fueron ellos quien le inculcaron el culto y respeto a la niña blanca, figura a la que le dedica sus oraciones, pidiendo en todo momento su protección. También, señala que este año es el primero que asiste a los festejos que se llevan a cabo en el Santuario, cosa que la llena de gusto.
“Todos somos devotos a ella. Este es el primer año que yo vengo para acá. Antes ya había venido al Santuario, pero no en esta época y la verdad es que se pone muy bonito todo (…). Nosotros venimos de Querétaro. Venimos, más que nada, para agradecerle”, comenta.
Mientras avanzan las horas, son más los devotos que llegan al recinto. Padres con infantes en brazos, madres acompañadas de adolescentes que cargan imágenes de la Santa Muerte. Uno a uno se introduce a esa atmosfera donde el olor a cigarrillo e incienso predomina, donde el calor producido por las velas provoca el surgimiento de gotas de sudor en las frentes de quienes se agrupan para hacer plegarias.
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De entre la luz cegadora del exterior aparece Brenda, mujer que ingresa de rodillas al recinto. Avanza unos cuantos centímetros y se detiene para recibir la bendición del padre. Luego sigue su camino hasta llegar a las imágenes más grandes, ahí se detiene, cierra los ojos y comienza a orar. Narra que desde hace siete años es fiel a ella, y que todo comenzó cuando su hijo atravesó por una situación difícil de salud.
Dice que su hijo tuvo complicaciones por un problema del apéndice y que por ello los médicos daban un escenario pesimista. Ella no lo aceptó, así que se dirigió a la Santa Muerte y pidió por la salud de su hijo. Tras varias semanas, su niño salió del hospital, sano. Después y debido a los favores cumplidos, Brenda decidió llevar a la niña blanca en su piel.