Miguel Trenada Bocanegra tiene 42 años y es originario de Escolásticas, una comunidad en el municipio de Pedro Escobedo que se ha vuelto emblemática a nivel estatal y nacional por los artesanos que alberga, él es uno de esos hombres que han dedicado su vida a crear piezas de arte con cinceles, macetas y cantera.
“Para trabajar la cantera hay que tener paciencia. Aquí si vienes enojado vas a romper la piedra. Al contrario, si vienes motivado, gustoso a hacer tu trabajo, te va quedar bien, una pieza vale más por lo que tú le trasmites, si vienes contento te va a quedar bonita, pero si vienes triste, de malas, en cada golpe se va a reflejar”, explica Miguel mientras en sus manos sostiene una maceta y un cincel con los que detalla la escultura que está labrando.
Cuenta que aprendió a trabajar con cantera a los 12 años de edad, cuando se detenía a observar fijamente las labores que realizaban sus tíos en el taller familiar. Sobre este espacio, que hoy lleva por nombre “Esculturas Miguel Trenado”, comenta que fue la primera cooperativa que se abrió en la comunidad para dar empleo a los hombres que comenzaban trabajar con este material, eso en el año 1987.
“Este fue el primer lugar que se abrió aquí en Escolásticas para darle trabajo a personas de Dolores (De Ajuchitlancito), San Cirilo, La Ceja. Llegaron las personas a trabajar a este lugar. Fue una cooperativa donde todos pusieron algo, pero después de unos años se vino una crisis, había gente que sin trabajar se les pagaba o venían acá tomados. Se vino a la quiebra y mi padre pagó la deuda en 2005. Antes no había talleres, este fue el primero”, relata sin despegar la mirada de aquella escultura sobre la que trabaja.
Antes de la cantera, refiere, la gente se dedicaba al campo. Hoy esta actividad ha quedado en segundo plano pues el trabajo con cantera se volvió en la principal actividad económica de la comunidad, lo cual se puede constatar con los más de 20 talleres instalados sobre el camino de acceso a Escolásticas, donde hombres, jóvenes y niños, mantienen viva esta actividad.
Miguel se detiene unos segundos, sopla sobre la escultura que está labrando para retirar el polvo que se ha acumulado por tanto golpeteo. Se pasa la mano por la frente para limpiar el sudor y continúa. Uno, dos, tres golpes sobre aquella pieza que ha titulado “Mirando al Alba”.
Relata que a su temprana edad comenzó haciendo losetas de cantera, pero poco a poco su inquietud se trasladó a una tarea más compleja: la escultura. En su catálogo de obras se encuentran desde animales, figuras religiosas, réplicas de obras de arte hasta personas, dioses griegos y piezas de arte moderno que nacen en los rincones de su imaginación, las cuales han sido merecedoras de premios a nivel local, estatal y nacional
A todas y cada una de estas obras, narra, les ha impregnado la pasión de un hombre enamorado de su trabajo.
Confiesa que a su taller han llegado empresarios, políticos, personajes famosos, gente de mucho dinero, que en algunos casos han estado dispuestos a pagarle la cantidad que fuera por esculpir el rostro de algún familiar fallecido, el santo de su mayor devoción o alguna mascota muerta. Sin embargo, lamenta que en algunas otras ocasiones la gente intente regatear su trabajo.
“Desgraciadamente hay personas sí te regatean, que les bajes un poco. A veces por la necesidad que hay tienes que bajar tu precio. Son pocos los casos que te respetan, en casi todas las piezas hay un regateo. A veces la gente no sabe el tiempo que te puede llevar una pieza, el trabajo que hay detrás. Hay piezas muy laboriosas y eso la gente no lo ve”, dice al tiempo que su voz se mezcla con el sonido del cincel chocando con la cantera.
El sol permanece solo en el cielo de junio, al igual que Miguel, quien se encuentra solitario en ese pequeño espacio cubierto solo por una lona para mitigar los rayos del día. Pero no siempre es así, en ocasiones esa soledad se ve disipada por la compañía de dos trabajadores que ayudan a cortar los grandes bloques de cantera que llegan a este sitio.
Otras veces más, al taller llegan jóvenes interesados en aprender el arte del labrado de cantera. A ellos, Miguel los guía, les comparte el conocimiento que ha cultivado a lo largo de 30 años. Les enseña esa tradición que se ha transmitido de generación en generación. Esa tarea de convertir la cantera en arte.
“Es una tradición que debe uno de trasmitirle a los jóvenes. Esto es un arte que no se debe de perder, al contrario, lo debemos de trasmitir a las demás generaciones que vienen. No les vamos a heredar un trabajo, les vamos a heredar una pasión, algo que les ayude a inspirarse y a seguir adelante”. Sonríe y vuelve a soplar para retirar el montoncito de polvo acumulado por tanto golpeteo.