/ domingo 14 de julio de 2024

Los últimos artesanos del carrizo

La familia Miranda Juárez es la única que mantiene vivo esta actividad. A sus 89 años, don Antonio Mirada Uribe sigue tejiendo cestos en un pequeño taller de su casa

El resonar de una estación local de radio se propaga por aquel cuarto acondicionado como taller donde reposan varas de carrizo, cestos inconclusos, maderas, cartones, plásticos. El locutor lanza la hora e informa sobre el pronóstico del tiempo: “las lluvias continuarán. La sequía está acabando”. La luz del sol ingresa difuminada y apenas ilumina el pequeño sector de este espacio.

A la entrada, cobijado por esa iluminación tenue, se encuentran don Antonio, quien acomoda pequeñas varas de carrizo y pasa una hebra de plástico entre las mismas. Con una concentración plena, sus manos sostienen y van alineando de una en una las varitas para darles forma, para moldearlas y que tomen la forma de lo que será un cesto colorido.

Como cada mañana y con la fuerza que aún permanece en su cuerpo de 89 años, don Antonio se acomoda en su pequeño banco, toma sus herramientas y ejerce el oficio que aprendió desde 1950. Originario de la comunidad de El Carrizo, en San Juan del Río, donde ha forjado su vida, este hombre es uno de los dos artesanos que todavía se dedican a tejer cestos. El otro es su hijo, Rafael.

Pese a que en las décadas de los 70 y 80´s el oficio de tejedor de cestos de carrizo fue un auge dentro de la misma localidad, hoy esta actividad está al borde de la extinción. En la actualidad, los dos integrantes de esta familia son los únicos protectores de esta labor que fue abandonada en cuando los primeros destellos de desarrollo y progreso llegaron al municipio o al menos así lo recuerda don Antonio.

“Antes había muchos talleres aquí, pero empezaron las fábricas y se fue la gente. Se trabajaba mucho esto, ahora ya casi no. Pocos son los que hacen por ahí. Se vendía mucho esto. De primero íbamos a México, allá a la Merced, a vender, a entregar, y ahora ya vienen aboneros y se los llevan de aquí. Antes, cada sábado teníamos que ir a México a entregar, los echábamos en las cajuelas de los carros pasajeros”, cuentan.

Él y su hijo son los únicos artesanos de El Carrizo. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

Pese a que el sentido de la audición se le ha deteriorado por el paso de los años, don Antonio hace un esfuerzo para escuchar a sus gentes y a los otros. Escarba entre sus recuerdos, hurga en sus memorias y dice que este oficio no solo tuvo apogeo en El Carrizo, sino también en comunidades aledañas como San Isidro, San Pedro Ahuacatlán, el centro de San Juan del Río e incluso Arcila.

Debido a su condición, en ocasiones es su esposa la que recuerda por él. Doña Tere misma es quien remueve sus vivencias y añade detalles a la historia que cuenta la pareja de su vida. Entre esas, afirma que don Antonio fue uno de los personajes que aportaron más a El Carrizo, pues durante su gestión como Comisariado Ejidal delimitó las calles y promovió la construcción de la iglesia.

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Con destello de orgullo y del amor macerado por décadas, observa a su esposo al tiempo en el que cuenta que se casó a los 18 años con él y que procreó 11 hijos. También presume que ha sido buen marido, trabajador, preocupado por el bienestar de su familia y sin ningún vicio.

“No quiere parar de trabajar. Dice que ya se siente cansado, pero no se halla sin hacer nada. Siempre ha sido muy trabajador. Cuando sembraba, un rato se iba para la milpa y luego regresaba a tejerle a los cestos (…). Él principió la iglesia también. Ocupó albañiles para que la empezaran. También hizo lo de las calles, porque antes aquí había puro nopal. No ha parado de trabajar”, cuenta mientras don Antonio sigue alineando las varitas de carrizo.

Aprendió el oficio a los 15 años. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

El resonar de una estación local de radio se propaga por aquel cuarto acondicionado como taller donde reposan varas de carrizo, cestos inconclusos, maderas, cartones, plásticos. El locutor lanza la hora e informa sobre el pronóstico del tiempo: “las lluvias continuarán. La sequía está acabando”. La luz del sol ingresa difuminada y apenas ilumina el pequeño sector de este espacio.

A la entrada, cobijado por esa iluminación tenue, se encuentran don Antonio, quien acomoda pequeñas varas de carrizo y pasa una hebra de plástico entre las mismas. Con una concentración plena, sus manos sostienen y van alineando de una en una las varitas para darles forma, para moldearlas y que tomen la forma de lo que será un cesto colorido.

Como cada mañana y con la fuerza que aún permanece en su cuerpo de 89 años, don Antonio se acomoda en su pequeño banco, toma sus herramientas y ejerce el oficio que aprendió desde 1950. Originario de la comunidad de El Carrizo, en San Juan del Río, donde ha forjado su vida, este hombre es uno de los dos artesanos que todavía se dedican a tejer cestos. El otro es su hijo, Rafael.

Pese a que en las décadas de los 70 y 80´s el oficio de tejedor de cestos de carrizo fue un auge dentro de la misma localidad, hoy esta actividad está al borde de la extinción. En la actualidad, los dos integrantes de esta familia son los únicos protectores de esta labor que fue abandonada en cuando los primeros destellos de desarrollo y progreso llegaron al municipio o al menos así lo recuerda don Antonio.

“Antes había muchos talleres aquí, pero empezaron las fábricas y se fue la gente. Se trabajaba mucho esto, ahora ya casi no. Pocos son los que hacen por ahí. Se vendía mucho esto. De primero íbamos a México, allá a la Merced, a vender, a entregar, y ahora ya vienen aboneros y se los llevan de aquí. Antes, cada sábado teníamos que ir a México a entregar, los echábamos en las cajuelas de los carros pasajeros”, cuentan.

Él y su hijo son los únicos artesanos de El Carrizo. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

Pese a que el sentido de la audición se le ha deteriorado por el paso de los años, don Antonio hace un esfuerzo para escuchar a sus gentes y a los otros. Escarba entre sus recuerdos, hurga en sus memorias y dice que este oficio no solo tuvo apogeo en El Carrizo, sino también en comunidades aledañas como San Isidro, San Pedro Ahuacatlán, el centro de San Juan del Río e incluso Arcila.

Debido a su condición, en ocasiones es su esposa la que recuerda por él. Doña Tere misma es quien remueve sus vivencias y añade detalles a la historia que cuenta la pareja de su vida. Entre esas, afirma que don Antonio fue uno de los personajes que aportaron más a El Carrizo, pues durante su gestión como Comisariado Ejidal delimitó las calles y promovió la construcción de la iglesia.

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Con destello de orgullo y del amor macerado por décadas, observa a su esposo al tiempo en el que cuenta que se casó a los 18 años con él y que procreó 11 hijos. También presume que ha sido buen marido, trabajador, preocupado por el bienestar de su familia y sin ningún vicio.

“No quiere parar de trabajar. Dice que ya se siente cansado, pero no se halla sin hacer nada. Siempre ha sido muy trabajador. Cuando sembraba, un rato se iba para la milpa y luego regresaba a tejerle a los cestos (…). Él principió la iglesia también. Ocupó albañiles para que la empezaran. También hizo lo de las calles, porque antes aquí había puro nopal. No ha parado de trabajar”, cuenta mientras don Antonio sigue alineando las varitas de carrizo.

Aprendió el oficio a los 15 años. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

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