Era 1978 en la comunidad de San Miguelito de la delegación Santa Rosa Jáuregui, Jorge Lorenzo Bárcenas tenía tan solo ocho años cuando su padre le enseñó a cortar y coser balones de futbol con material de piel.
Con los años el arte de hacer balones se extendió al resto de las casas de San Miguelito y pronto, cada familia tenía su propio taller. El negocio era próspero y con el apoyo local del gobierno, don Jorge comentó que incluso llegó a hacer una exportación de 20 mil balones a Estados Unidos.
Hacer balones se convirtió en el oficio representativo de San Miguelito y por ende en su principal sector económico. El taller de don Jorge, así como otros, tenía asociaciones con empresas para vender en sus tiendas entre 2 mil 300 a 3 mil balones por mes.
No obstante, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, los balones americanos hechos en China y de vinil llegaron a México con un precio mucho más accesible para el mercado. Por tanto, la compra del balón artesanal fue perdiendo considerablemente su oportunidad frente a la nueva competencia.
Ante esta situación, los artesanos del balón primero adoptaron el vinilo como materia prima principal, pues resultaba más barato, rápido de manipular y con ello su producción aumentaría. También, aumentaron su oferta con la realización de balones de futbol americano, rugby, baloncesto, voleibol, sacos y demás material para practicar boxeo. Sin embargo, el balón artesanal que se elabora aproximadamente en un día, empezó a perder contra el balón hecho con mayor velocidad por una máquina.
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Omar Rubio Olalde, quien hace un par de años también era dueño de su propio taller, colabora con don Jorge y se encarga de promover el negocio en redes sociales. Bajo la marca Rubal Sport, Omar y don Jorge continúan haciendo balones, siendo ellos, uno de los cinco fabricantes que aún quedan en San Miguelito. El resto –comentan los artesanos– debido a la baja demanda de balones cambiaron de oficio o migraron a otra ciudad en busca de oportunidades laborales.