En el Barrio del Espíritu Santo, en San Juan del Río, existe un lugar con décadas de historia. Un hogar acogedor que ha alimentado a propios y extraños con los platillos que se sirven. “El Fogón”, en simples palabras, puede describirse con un negocio de comida tradicional. Sin embargo, este sitio se ha convertido en un referente de la gastronomía del municipio y ejemplo de que la sazón pasa de generación en generación.
Ubicado sobre la calle Hidalgo del Barrio del Espíritu Santo, “El Fogón” es un pequeño restaurante que ofrece a sus comensales platillos netamente caseros, entre los que destacan gorditas, dobladitas, quesadillas, tostadas, chanclas, pancita, aguas frescas, café de olla y el imperdible champurrado.
Este lugar se ha convertido en un negocio familiar, pues actualmente la cuarta generación está involucrada en él, siguiendo los pasos de quien inició con todo esto y que ha dejado huella con su incomparable sazón: María Emilia Romero Moreno. Es esta mujer la que desde hace décadas comenzó con la venta de gorditas y dobladitas para ganar un sustento más y sacar adelante su familia.
Una de sus hijas, a la que todo el mundo conoce como “doña Susy”, cuenta que la venta de este par de platillos comenzó de puerta en puerta. Dice que desde que ella tenía 8 años, su mamá le preparaba una canasta atiborrada de gorditas y dobladitas para que saliera a vender al centro de la ciudad o la recién creada Escuela Secundaria Técnica No. 2 “Luis Romero Soto”, mejor conocida como ETA, en Nuevo San Isidro.
Narra que toda la comida la hacía (y se sigue haciendo) en un fogón instalado en el patio de su casa. Ahí preparaba las tortillas a mano y los guisos que fundaron esta tradición, que son frijoles, chile con queso y papa. Aunque los antojitos los hacía para vender de puerta en puerta, no faltaron los caminantes que se detenían frente a su lumbre para pedir un taco. Fue entonces, cuando doña María Emilia empezó a atender a sus comensales a las afueras de su hogar.
“Al caminar de los años el negocio de mi mamá fue creciendo. Tenía su fogón ya aquí puesto y la gente empezaba a venir, pero no tenía ni en donde sentarle. De pronto mi mamá nos decía ‘saca la mesa, hijo’ y la sacaba uno, el asiento era entre las pocas sillas que había y unos cuantos tabiques. Así empezó, hasta que ella le fue dando un poco más de formalidad”, dice Roberto, uno más de sus ocho hijos.
Con el transcurrir del tiempo y la popularidad que ganaba por el sabor de cada uno de sus guisos, doña María Emilia ya no sabía dónde sentar a tanta gente, así que decidió colocar más mesas, ampliar un poco más el espacio, colocar techo para no sufrir las inclemencias del tiempo. Adecuarlo todo para que sus comensales pudieran disfrutar de su comida. Eso sí, aunque todo cambió, el fogón permaneció en su sitio.
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Los hijos dicen que su mamá es una defensora de que su cocina debe de abstenerse a las tendencias actuales, pues prefiere las tortillas echas en el comal, los guisos preparados en cazuelas, el café de olla endulzado con pinole, las gorditas de masa martajada y el tradicional champurrado.
Doña Susy y Roberto coinciden en que “El Fogón” ha tenido éxito porque lo caracteriza dos cosas: un servicio amable y la sazón. Afirman que aunque su madre ya no cocina, diario se levanta desde temprana hora para probar todos los platillos que se van a servir en el día. Inspecciona cada uno de los guisos para dar su visto bueno. Luego, se queda sentada cerca de su fogón, vigilando que todo marche bien.