/ sábado 9 de septiembre de 2023

Doña Tere, una vida dedicada al comercio

Cada septiembre ella y su esposo acuden al municipio para vender su mercancía de fiestas patrias


Cuando el reloj marca las 10:00, doña Tere llega a su pequeño puesto. Se desprende de lo que viene cargando -inclusive del cansancio- y comienza a retirar esa tela azul que le sirve para custodiar su mercancía. Al tiempo, otras comerciantes que están ubicadas alrededor del Jardín Fundadores de San Juan del Río hacen lo mismo sobre los espacios que les han asignado.

Pone el trapo azul en su lugar y de poco en poco empieza a sacar los artilugios tricolores para ubicarlos en el sitio que les corresponde. Lo hace con la esperanza de que a alguien le nazca el sentido patriótico y se los lleve. Saca un rebozo y lo cuelga frente a su puesto. Luego, coloca uno a uno los aretes envueltos en los colores de bandera mexicana. Así se va, aferrando una a una las piezas a una tela blanca, mientras el bochorno de una mañana de septiembre se hace presente.

Doña Tere cuenta que no es originaria de esta ciudad ni de este estado, viene desde Toluca, Estado de México. Aunque su terruño se encuentra en territorio mexiquense, nunca ha estado fija en ese lugar, pues el oficio al que se dedican no se lo permite. Ella es una de las comerciantes de temporada que en esta ocasión se instalaron en el afamado jardín del kiosko, en el centro de la cabecera municipal sanjuanense.

Dice que ser comerciante conllevaba ser un nómada, pues no se puede permanecer aquí ni allá, es necesario pisar nuevas tierras de acuerdo a la oportunidad que haya. Por ejemplo, uno de los primeros lugares que visitó fue Xalapa, Veracruz, ahí instaló su puesto para empezar a vender varios productos. Luego de un tiempo ya no hubo más permisos en ese sitio y la necesidad la empujó a otras ciudades hasta que llegaron a San Juan del Río, localidad a la que acude desde hace 12 años.

Mientras la mujer de 56 años plática su historia, un hombre de camisa negra fajada a la cintura, lentes, de cabello peinado con abundante gel y con un folder de piel bajo el brazo, se acerca al puesto, extiende una bandera y pregunta su precio. “Esa le sale en 60 pesos, patrón”, responde doña Tere. “¿Cuánto?”, replica el hombre. “60”, vuelve a repetir la comerciante.

De repente y cual experto en la fabricación de banderas nacionales, aquel hombre comenzó una crítica minuciosa de la banderita tricolor: “está muy sencilla. La tela está muy sencilla. Mire. Este tipo de costuras está muy sencillo, los dobleces están mal, el escudo está mal pintado. Tiene defectos y no es como me gusta”, subraya el señor. Mientras, la mujer le da la espalda. Prefiere no escuchar al especialista en lábaros patrios.

Vende todo tipo de artilugios. Foto: Cesar Ortiz | El Sol de San Juan del Río

A su regreso, doña Tere recuerda que desde hace dos años comenzó a vender sus artículos patrios en el centro de la ciudad. Dice que lo que más se vende en esta temporada son banderas, pintura para la cara y adornos para ambientar cualquier espacio. Aunque dentro su oferta también hay aretes, pulseras, vestimentas, matracas, llaveros, reguiletes, trompetas, sombreros, guitarras, tambores y uno que otro fusil de madera.

Cuenta que el comercio les fue heredado a sus hijos, pues estos también se dedican a vender mercancías, principalmente ropa. Menciona que a sus retoños les gustó más ese noble oficio y por eso dejaron de estudiar, aunque también reconoce que no hubo el dinero suficiente para darles una profesión.

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Doña Tere y su esposo acuden cada septiembre a este municipio para vender su mercancía. Temporada que resulta fuerte, pues es en estas fechas cuando a los mexicanos les (nos) nace un sentido patriótico con ninguno, orgullo que los (nos) orilla a vestirse con atuendos revolucionarios -aunque se festeje la independencia-, comer las delicias de la gastronomía nacional y practicar el fiel deporte de ingerir alcohol hasta el amanecer.


Cuando el reloj marca las 10:00, doña Tere llega a su pequeño puesto. Se desprende de lo que viene cargando -inclusive del cansancio- y comienza a retirar esa tela azul que le sirve para custodiar su mercancía. Al tiempo, otras comerciantes que están ubicadas alrededor del Jardín Fundadores de San Juan del Río hacen lo mismo sobre los espacios que les han asignado.

Pone el trapo azul en su lugar y de poco en poco empieza a sacar los artilugios tricolores para ubicarlos en el sitio que les corresponde. Lo hace con la esperanza de que a alguien le nazca el sentido patriótico y se los lleve. Saca un rebozo y lo cuelga frente a su puesto. Luego, coloca uno a uno los aretes envueltos en los colores de bandera mexicana. Así se va, aferrando una a una las piezas a una tela blanca, mientras el bochorno de una mañana de septiembre se hace presente.

Doña Tere cuenta que no es originaria de esta ciudad ni de este estado, viene desde Toluca, Estado de México. Aunque su terruño se encuentra en territorio mexiquense, nunca ha estado fija en ese lugar, pues el oficio al que se dedican no se lo permite. Ella es una de las comerciantes de temporada que en esta ocasión se instalaron en el afamado jardín del kiosko, en el centro de la cabecera municipal sanjuanense.

Dice que ser comerciante conllevaba ser un nómada, pues no se puede permanecer aquí ni allá, es necesario pisar nuevas tierras de acuerdo a la oportunidad que haya. Por ejemplo, uno de los primeros lugares que visitó fue Xalapa, Veracruz, ahí instaló su puesto para empezar a vender varios productos. Luego de un tiempo ya no hubo más permisos en ese sitio y la necesidad la empujó a otras ciudades hasta que llegaron a San Juan del Río, localidad a la que acude desde hace 12 años.

Mientras la mujer de 56 años plática su historia, un hombre de camisa negra fajada a la cintura, lentes, de cabello peinado con abundante gel y con un folder de piel bajo el brazo, se acerca al puesto, extiende una bandera y pregunta su precio. “Esa le sale en 60 pesos, patrón”, responde doña Tere. “¿Cuánto?”, replica el hombre. “60”, vuelve a repetir la comerciante.

De repente y cual experto en la fabricación de banderas nacionales, aquel hombre comenzó una crítica minuciosa de la banderita tricolor: “está muy sencilla. La tela está muy sencilla. Mire. Este tipo de costuras está muy sencillo, los dobleces están mal, el escudo está mal pintado. Tiene defectos y no es como me gusta”, subraya el señor. Mientras, la mujer le da la espalda. Prefiere no escuchar al especialista en lábaros patrios.

Vende todo tipo de artilugios. Foto: Cesar Ortiz | El Sol de San Juan del Río

A su regreso, doña Tere recuerda que desde hace dos años comenzó a vender sus artículos patrios en el centro de la ciudad. Dice que lo que más se vende en esta temporada son banderas, pintura para la cara y adornos para ambientar cualquier espacio. Aunque dentro su oferta también hay aretes, pulseras, vestimentas, matracas, llaveros, reguiletes, trompetas, sombreros, guitarras, tambores y uno que otro fusil de madera.

Cuenta que el comercio les fue heredado a sus hijos, pues estos también se dedican a vender mercancías, principalmente ropa. Menciona que a sus retoños les gustó más ese noble oficio y por eso dejaron de estudiar, aunque también reconoce que no hubo el dinero suficiente para darles una profesión.

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Doña Tere y su esposo acuden cada septiembre a este municipio para vender su mercancía. Temporada que resulta fuerte, pues es en estas fechas cuando a los mexicanos les (nos) nace un sentido patriótico con ninguno, orgullo que los (nos) orilla a vestirse con atuendos revolucionarios -aunque se festeje la independencia-, comer las delicias de la gastronomía nacional y practicar el fiel deporte de ingerir alcohol hasta el amanecer.

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