/ viernes 3 de septiembre de 2021

Cultura emprendedora | Hacia el futuro

Con una ironía casi perversa, en muchas ciudades del mundo nos encontramos frente a un momento que empieza a reconocerse como el final de la catástrofe: nuestros pequeños regresan a la escuela, el tráfico citadino se vuelve a mostrar—predeciblemente—en los estrechos de nuestra localidad. Arquitectos y urbanistas volvemos a habitar un presente que, a pesar de los cubrebocas y las llamadas a la construcción de una protección de rebaño, recuerda algo como la vida cotidiana que disfrutábamos en tiempos pre-covid. Aquellos que, además de estas profesiones, navegamos el ágil—y profundamente nutridor—mundo de la docencia universitaria nos preguntamos cómo encarar la responsabilidad social que ostentamos como embajadores de nuestros gremios. Nos preguntamos, por ejemplo, cómo deben responder a este momento sin precedente disciplinas que, como las nuestras, el público normalmente asocia con el establecimiento de prototipos normativos, de cartografías funcionales, de innovación que se convertirá en legado histórico. ¿Podremos trazar recomendaciones y normas para un futuro que, el día de hoy, es imposible totalmente predecir, imaginar, o incluso desear con certeza?

La bruma del presente puede intimidarnos e inmovilizarnos; pero sugiero que tomemos fuerza de la vena lúdica y esperanzada que normalmente nos anima. Este reabrir de puertas y las oportunidades que esconde pueden ser invaluables instrumentos de libertinaje creativo: el nuevo comienzo puede–¿debe?—regresarnos a lo que el filósofo Gilles Deleuze llama el “pensamiento nómada”, es decir, aquel que está dispuesto a privilegiar las mareas de lo especulativo por encima de las fijaciones cómodas y certeras. Si bien nos debemos a las comunidades que necesitan de nuestras competencias para el digno y eficaz ejercicio de la vida cotidiana, también espero que nos mueva en este año un compromiso con las generaciones futuras que no podrán atestiguar lo que pasó en 2020 y 2021, pero que en algún momento celebrarán cómo reinventamos, ante el desastre, formas de orquestar la vida humana de nuevo en común, en comunidad, y en comunión con el planeta.

*Decana de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño Región Centro-Sur, Tec de Monterrey.

Con una ironía casi perversa, en muchas ciudades del mundo nos encontramos frente a un momento que empieza a reconocerse como el final de la catástrofe: nuestros pequeños regresan a la escuela, el tráfico citadino se vuelve a mostrar—predeciblemente—en los estrechos de nuestra localidad. Arquitectos y urbanistas volvemos a habitar un presente que, a pesar de los cubrebocas y las llamadas a la construcción de una protección de rebaño, recuerda algo como la vida cotidiana que disfrutábamos en tiempos pre-covid. Aquellos que, además de estas profesiones, navegamos el ágil—y profundamente nutridor—mundo de la docencia universitaria nos preguntamos cómo encarar la responsabilidad social que ostentamos como embajadores de nuestros gremios. Nos preguntamos, por ejemplo, cómo deben responder a este momento sin precedente disciplinas que, como las nuestras, el público normalmente asocia con el establecimiento de prototipos normativos, de cartografías funcionales, de innovación que se convertirá en legado histórico. ¿Podremos trazar recomendaciones y normas para un futuro que, el día de hoy, es imposible totalmente predecir, imaginar, o incluso desear con certeza?

La bruma del presente puede intimidarnos e inmovilizarnos; pero sugiero que tomemos fuerza de la vena lúdica y esperanzada que normalmente nos anima. Este reabrir de puertas y las oportunidades que esconde pueden ser invaluables instrumentos de libertinaje creativo: el nuevo comienzo puede–¿debe?—regresarnos a lo que el filósofo Gilles Deleuze llama el “pensamiento nómada”, es decir, aquel que está dispuesto a privilegiar las mareas de lo especulativo por encima de las fijaciones cómodas y certeras. Si bien nos debemos a las comunidades que necesitan de nuestras competencias para el digno y eficaz ejercicio de la vida cotidiana, también espero que nos mueva en este año un compromiso con las generaciones futuras que no podrán atestiguar lo que pasó en 2020 y 2021, pero que en algún momento celebrarán cómo reinventamos, ante el desastre, formas de orquestar la vida humana de nuevo en común, en comunidad, y en comunión con el planeta.

*Decana de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño Región Centro-Sur, Tec de Monterrey.

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