Si te quieres engañar solo, estás en tu derecho; si pretendes contagiar tu engaño, eres un perverso.
Santoveño.
Cuando Edward J. Smith, capitán del mítico Titanic, zarpó del puerto de Southampton, aquél medio día del 10 de abril de 1912, por su mente jamás pasó la idea de lo que ya todos conocemos gracias a James Cameron y Leonardo Di Caprio (no se hagan).
El presidente navega con las manos firmes en el timón, trae una nave poderosa que por momentos surca aguas tranquilas, pero que también sabe romper grandes olas.
Previo a que el barco de Andrés Manuel se adentrará en el océano, ya se hallaba lista lo que parecía una tripulación dispuesta para acompañar al capitán, pero para su sorpresa (la de ellos, desde luego) fueron acomodados en los camarotes de tercera clase. Ahí donde ni se escuchan, ni se sienten. Y por ilógico que parezca (normal), ni siquiera en el cuarto de máquinas se asoma presencia alguna. El capitán no deja que nadie le diga qué hacer, de vez en cuando invita a uno que otro miembro de esta sobajada tripulación o miembros del gabinete da lo mismo, al puente de mando para que le sirva de compañía y sea testigo de las decisiones y maniobras que realiza con el destino del buque en mano todas las mañanas.
Para mala, malísima fortuna del barco, a lo lejos se ve un iceberg, que no está solo, le anteceden pequeños fragmentos de hielo, filosos y sólidos como el acero mismo, la nave ha sido golpeada. Muy al estilo del capitán, no ha hecho caso de tales señales.
Él seguirá con las manos plantadas en su timón evadiendo la realidad y sin cambiar de rumbo, denlo por hecho.
Y es que ahora sí que sacudieron Palacio Nacional; la investigación periodística de Carlos Loret y de Mexicanos contra la Corrupción, donde exhiben posibles conflictos de interés de un hijo del presidente, le arrebató de tajo la agenda a López Obrador.
El trancazo fue preciso, así lo refleja la última encuesta de México Elige, donde la percepción de corrupción en el gobierno aumenta, y la aprobación del presidente disminuye acompañado de un simétrico y también lógico aumento en su rechazo.
Le quitaron al capitán lo único que sostiene su discurso, porque al no poder hablar de resultados, solo le queda recargarse en su intangible y otrora muy útil recurso de aterrizar todo en la corrupción del pasado.
El día de ayer en un terrible despropósito y con el afán de recuperar nuevamente el micrófono, al presidente se le ocurrió la puntada de “pausar” las relaciones bilaterales con España. Y aunque tenemos todo para pensar en que esto es una locura, no lo es, tampoco se trata de ingenuidad, es desesperación, el frío del iceberg así lo advierte.
Nos leemos la próxima semana.
Twitter: @julio_cabrera