En la primera década del 2000, Internet significó una posibilidad de expresión y colaboración transformando el ecosistema de medios. Dio lugar al prosumidor, es decir cada persona usuaria que, ahora tenía a la mano participar en la difusión del conocimiento editando Wikipedia u opinando a través de su canal de Youtube.
Tener una voz que en los medios tradicionales era inaccesible, se transformó gracias a Internet. Eso significó la esperanza de un mundo más democrático y plural.
Para la segunda década comenzó la desconfianza. Después de darnos cuenta, por ejemplo, de que se podían manipular elecciones a través de los datos de nuestras redes sociales.
En la comunicación comenzamos a hablar de la datificación que implica convertir en datos nuestras interacciones en redes para fines que no siempre son transparentes para nosotros.
Además de esto, hemos visto un desfile de fenómenos y peligros que nos deben preocupar como phishing, ciberbullying, entre otros.
Cuidar a nuestros hijos es prioritario; demandar transparencia de las plataformas, una obligación ciudadana. Sin embargo, los usuarios también formamos parte del ecosistema. Recientemente, observé dos fenómenos en redes:
Cómo se desprestigió y agredió a dos personas comunes sin ningún sentido, en primer lugar, porque la violencia jamás tiene justificación, en segundo porque lo que se alegaba no tenía validez.
El segundo caso es el revuelo que ha causado en redes la delgadez de un influencer con obesidad mórbida que por años estuvo poniendo su vida en peligro, gracias a los millones de vistas que conseguía comiendo sin parar y siendo agredido por ello. Hoy muchos usuarios celebran su voluntad y su apuesta por la salud.
Casi morir vía streaming ha sido una opción para al menos otra influencer, alguien con anorexia.
La posibilidad constructiva de las redes sigue existiendo. Escojamos el reconocimiento, la divulgación de la ciencia, el apoyo afectivo en cada post, comentario o like.
* Profesora investigadora. Departamento de medios y cultura digital.