A veces es inevitable eludir el pensamiento devastador de un negro futuro. No solo por el cambio climático, sino por ejemplo, al escuchar las áreas en las que la inteligencia artificial hace creer que los humanos seremos prescindibles. Pero en la academia estamos trabajando para mostrar que precisamente la tecnología, con un sentido humanista, nos puede ayudar a poner a las personas al centro.
Un ejemplo esperanzador: sabemos que los aviones generan polución. Gracias a la IA, el fenómeno de las estelas que van dejando al volar, que dependen de muchas condiciones atmosféricas, se pueden reducir considerablemente, utilizando la tecnología para predecir las mejores horas para volar y evitar este problema. Una aerolínea en Estados Unidos ya está usando este sistema, y está reduciendo su huella contaminante drásticamente.
Temas tan normalizados como la manera en la que se representa a las personas por su tono de piel, también pueden ser corregidos para ser más incluyentes y diversos. Hay una herramienta de IA llamada “Monk Skin Tone” que detecta y corrige los sesgos de discriminación en la representación.
Incluso en temas como la creación de música, en lugar de temer un desplazamiento, muchas personas en la industria ya utilizan la tecnología para optimizar procesos de producción y mezcla, que liberan a los compositores y productores de tiempo valioso para hacer llegar a más personas su creatividad.
Las personas neurodivergentes, han encontrado aplicaciones de la IA que les permiten ampliar su contacto con personas neurotípicas. Y podría seguir enumerando ejemplos en donde se demuestra que el pensamiento crítico, la creatividad, la responsabilidad y crítica, son actitudes y valores de las personas que usan la IA de manera pertinente.
Por eso soy optimista. Y me encanta vivir en esta nueva era que muchos nombran como de las humanidades digitales. Declaro que en la academia estamos listos para enfrentar el reto.
*Decana Regional de la Escuela de Humanidades y Educación del Tecnológico de Monterrey. Región Centro Sur