Múnich, Alemania | AFP.- Aquella noche del 26 de septiembre de 1980, Robert Platzer, de 12 años, se sentía feliz porque acababa de montar en las atracciones, comía golosinas e incluso se compró un globo de helio en el Oktoberfest de Múnich. Pero una explosión cambió su vida para siempre.
Justo cuando estaba en la salida de esta gran fiesta popular, con sus padres y sus cuatro hermanos y hermanas, vio a un hombre, de espaldas, con las manos metidas en una papelera. La misma hacia la que se dirigía su familia para tirar la basura. Y de pronto hubo una explosión.
"Hubo una gran llama, salí despedido varios metros hacia atrás", recuerda.
Una bomba colocada en la basura acababa de explotar a tan solo unos pasos de las atracciones de feria y de las carpas de cerveza.
Trece personas, incluido el autor del atentado, Gundolf Köhler, fallecieron y más de 200 resultaron heridas. Se trata del atentado de la ultraderecha más mortífero de Alemania desde 1945.
- Una familia diezmada -
Ilona (8 años), la hermana pequeña de Robert, murió en el acto. Su hermano pequeño, Ignaz, de 6 años, murió en la ambulancia que lo estaba trasladando al hospital.
Sus padres resultaron gravemente heridos. Su hermana Elizabeth sobrevivió al atentado pero falleció de una sobredosis cuando tenía 24 años. Su hermano Wilhelm se tiró al metro en 2008, cuando tenía 42 años.
"No soportaban más el dolor. Soy el único superviviente de esta familia", constata Robert Höckmayr, de 52 años. Para poner un poco de distancia entre él y el atentado, decidió adoptar el apellido de su esposa.
Cuarenta años después, este hombre alto, de cabello grisáceo y sonrisa honesta, no ha olvidado los recuerdos que le quedan de niño.
Desde el lugar del ataque, donde fue levantado un monumento en homenaje a las víctimas en 2008, cuenta el caos de la noche de la explosión, cuánto le costaba caminar con las piernas heridas y las 41 operaciones a las que fue sometido, entre otros motivos, para que le retiraran los pedazos de metal que la bomba dejó en su cuerpo.
"No pudieron retirarlo todo", explica, con una mano en el pecho.
Sin embargo, tiene otra cicatriz más profunda, de una herida difícil de cerrar: la del, según él, "abandono" del Estado.
"Nunca nos ofrecieron ayuda psicológica. Y unos meses después del ataque, los médicos me declararon sano, simplemente porque podía caminar", explica.
El muniqués afirma que se sintió completamente solo para reponerse del golpe. Los únicos a los que les debe el haberse salvado son su esposa y sus tres hijos. "Son ellos quienes me dan la energía de vivir".
También está enfadado por la "debilidad" de las ayudas financieras pagadas a los heridos. Pero esto podría cambiar: a principios de julio, se cerró definitivamente la investigación, que estableció que Gundolf Köhler cometió un atentado político.
Esta conclusión permite la creación de un fondo de indemnización, al que el gobierno bávaro y el Estado federal alemán deberían dotar, cada uno, de 500.000 euros (581.500 dólares) y la ciudad de Múnich, 200.000 euros (232.600 dólares).
Pero para Robert Höckmayr, "cuarenta años después, es un poco tarde". Sin embargo, espera que su testimonio ayude a mejorar el apoyo aportado a las víctimas de otros atentados, como los de Halle (octubre de 2019) o Hanau (febrero de 2020).
"No solo se trata de dinero, sino de ayudar a gente que ha vivido cosas terribles a reintegrarse en la sociedad", insiste.
- Un reconocimiento simbólico -
El día del aniversario del atentado, la ciudad de Múnich tiene previsto inaugurar un nuevo lugar de información y participará en la ceremonia con un discurso. "Incluso aquí, mucha gente sabe que pasó algo el 26 de septiembre de 1980, pero no saben qué", lamenta.
Este año, la fiesta de la cerveza fue anulada a causa de la pandemia del nuevo coronavirus. Pero a Robert Höckmayr esto no le ha afectado en nada, pues no ha vuelto nunca ni a la feria ni a las carpas de cerveza. "El día del atentado fue la primera y la última vez que fui al Oktoberfest".
No obstante, este funcionario de la ciudad de Múnich no puede evitar ver, cada año durante dos semanas, a los miles de visitantes que pasan por delante del lugar en el que explotó la bomba.
Con el nuevo punto de información, espera que los asistentes, que suelen lucir el tradicional pantalón corto de piel y los vestidos típicos bávaros, se den por fin cuenta de lo que pasó a tan solo unos pasos de una de los festejos más populares del mundo.
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