Un rebaño de casi 300 ovejas y cabras pasta tranquilamente con Barcelona a sus espaldas. Hace unas semanas que han cambiado el campo por la ciudad con una misión: mantener a raya la vegetación del pulmón verde de la ciudad para prevenir incendios.
Pasan de las 9 de la mañana cuando el barullo de los cencerros alerta de que los nuevos habitantes de este barrio a los pies del parque natural de Collserola han empezado a trabajar. Entre los vecinos que pasean con sus perros y quienes hacen ejercicio por esta zona a las afueras de la segunda ciudad de España se van colando las 290 ovejas, cabras y corderos que participan en este plan piloto.
"A la derecha", "¡Muy bien, guapa!", les va orientando en catalán su pastor principal, Daniel Sánchez, quien alterna las conversaciones con sus animales -y con los humanos por celular- durante el recorrido para que el rebaño consuma la parte baja de esta vegetación mediterránea, cada vez más caliente.
"El reto principal es la reeducación al medio rural, que la gente no tiene", cuenta el pastor, quien ha dejado su residencia en Sant Llorenç Savall, un pueblo 50 km hacia el interior, por la vida en Barcelona durante tres meses.
El suyo es el primer rebaño que pasta en décadas dentro de esta densa ciudad de 1,6 millones de habitantes, donde hace años que se prohibió la ganadería con fines comerciales.
Desde esta parte inicial del parque de Collserola -que ocupa 8.200 hectáreas y se extiende por nueve municipios del área metropolitana- puede escucharse todavía el zumbido lejano de los coches que pasan por una importante circunvalación, o del gran hospital cercano.
- Arder en 8 horas -
"Este proyecto nace de la preocupación muy grande (...) por una zona de altísimo riesgo en incendios", cuenta Ferran Pauné, el biólogo responsable de este plan piloto, que se extenderá de abril a junio.
"Estamos en una zona mediterránea, además hiperpoblada, con muchas urbanizaciones, con personas viviendo dentro de un bosque que se abandonó [a la ganadería] sobre los años 60 y que tiene una carga de combustible enorme", agrega sobre un área que en condiciones extremas podría arder "en solo ocho horas".
Para que no se descontrolen estas zonas ya desbrozadas mecánicamente "trabajan" las ovejas, quienes se han adaptado "perfectamente" a su aventura urbana, según Pauné.
"Cada año se pega fuego", corrobora Sergi Domínguez, un vecino del barrio que pasea por aquí a su perro. "Ellas se comen la maleza por debajo, y es lo mejor que puede pasar", agrega satisfecho este técnico de mantenimiento de 52 años, a quien le gustaría que la próxima primavera vinieran más ovejas.
Pero la adaptación no ha sido tan fácil para todos.
"Comienzo a estar harto de que no haya oscuridad y del ruido, porque escucho como que llama una oveja y, a la que me fijo, es una ambulancia", lamenta Daniel, el pastor, quien hace una década que cambió su trabajo de técnico de iluminación por la ganadería.
Pese a todo, no duda en que seguirá durmiendo en la caseta instalada en el antiguo campo de fútbol donde está el corral hasta que vuelvan todos juntos a casa.
"Sí, claro, son mis nenas", asegura con una sonrisa.