Una parvada de pájaros negros sobrevuela la ciudad. Debajo de ellos una multitud de transeúntes anónimos con cubrebocas transita en diferentes direcciones sobre las aceras. Son casi las siete de la tarde y el día comienza a ceder el paso a la noche. Poco a poco más aves se arremolinan por encima de la hilera de árboles que dividen una de las arterias principales de la ciudad. Su chirrido pronto supera al de los motores, mofles y cláxones, y el cielo se vuelve pardo en un espectáculo que bien podría homenajear a Alfred Hitchcock y su entrañable filme de terror “Los pájaros”.
Absortos y fascinados por la escena, algunos detienen el paso para admirar la coreografía de las avecillas, que de un extremo a otro se mueven frenéticas como buscando el mejor sitio para pernoctar.
Sobre cables de luz, señaléticas, barandales y las ramas delgadas de los ficus – especie que ha sido plantada por todo el Centro Histórico– detienen el vuelo. Sus excrementos agarran desprevenido a más de uno, mientras otros encogen los hombros como si eso fuera suficiente para librarse de tan risible accidente: “¡qué mala suerte tienes!”, le dice entre risas una mujer a otra mientras con una servilleta la ayuda a limpiarse el infortunio.
Desde los autos y autobuses los pasajeros también miran la escena. Algunos bajan los cristales y desenfundan sus celulares para llevarse un recuerdo en el bolsillo. Sin embargo, no para todos es conmovedora la situación. Para ojos expertos la presencia de las aves también es un síntoma del desequilibrio ecológico en la ciudad y representa un importante riesgo para la salud pública.
¿Qué pasa con las aves en la ciudad?
Oscar Quintana es un tecnólogo ambiental y cetrero queretano que ha dedicado su vida al estudio y cuidado de las aves. Además de criar y entrenar halcones y aguilillas, cuenta con su propia empresa para el control de aves y reubicación pacífica de fauna silvestre.
Contrario a lo que se pensaría, explica que las parvadas de pájaros que observamos hoy son un síntoma del desequilibrio medioambiental en la ciudad, que no solo pone en riesgo a especies de aves nativas, sino también, la salud de la población.
Algunas de ellas fueron traídas de manera ilegal al estado, vendidas y luego dejadas libres sin tomar en cuenta el impacto ecológico que esto representaba; mientras que otras, han migrado al territorio debido al cambio de uso de suelo (de forestal a agrícola) en sus hábitats naturales, y con el tiempo se han adaptado a las condiciones naturales de la ciudad, desplazando a las endémicas.
“Compiten con las aves nativas por territorio y alimento, y en las temporadas de reproducción hay peleas entre los machos. Hay aves que incluso ocupan los nidos de las nativas para poner sus huevecillos, y estas aves terminan criando huevos que no les pertenecen, favoreciendo así el crecimiento de las aves que no son de aquí (…) Su población ha crecido a tal grado que depredadores naturales no se dan abasto con ellos. Son muy inteligentes. Se adaptan muy rápido a los comportamientos. Nosotros que damos control biológico con aves de presa, vemos que cambian sus patrones muy rápido; llegan a acostumbrarse a ellas y les dejan de tener miedo”.
Además de lo anterior, habla sobre el daño que causan sus excrementos tanto al patrimonio arquitectónico de la urbe como a la salud de las personas que cohabitan estos espacios.
“Todas las aves exóticas son vectores de enfermedades para las especies nativas y también lo son para el ser humano. Se han encontrado en las excretas que la paloma tiene más de 40 enfermedades que son transmisibles al ser humano; entre ellas hay como unos cuatro fenotipos de salmonella. A veces nos enfermamos por comer en la calle y le echamos la culpa a los puestos callejeros, pero realmente las esporas de los excrementos secos de las aves están volando y caen en la comida o son inhalados”.
Entre las aves exóticas o invasoras que se pueden encontrar en la ciudad, menciona a la paloma común – conocida también como pichón, paloma de castilla o de campanario–, que se puede encontrar principalmente en plazas públicas, jardines y edificios del Centro Histórico; la cotorra argentina, y el tordo negro, una especie originaria de Sudamérica con presencia visible en zonas como Bernardo Quintana y los Arcos.
Generalmente son especies que pernoctan en vegetación que no es endémica de Querétaro, agrega Quintana, de ahí que muchas se apiñen entre las ramas de árboles como los ficus.
¿Qué hacer?
La primera solución que encuentra el especialista es la educación ambiental, para que la gente no solo conozca más sobre los temas y se sensibilice con las problemáticas, sino también para que coadyuve con las soluciones. Dos de las estrategias más inmediatas, afirma, son no alimentar a este especies y permitir que especialistas como él realicen su trabajo; pues señala que en muchos espacios la población se resiste a que exista un control de la fauna (no endémica) que habita en sus territorios.
Para lo anterior, aclara que no usan veneno ni pirotécnica, sino que implementan estrategias sustentables y pacíficas. “La estrategia más amigable es el control biológico: meter depredadores en donde viven estas especies para que se sientan amenazadas, y psicológicamente no se sientan seguras para reproducirse. Entonces la población poco a poco empezará a disminuir hasta que se llegue a tener un control, es muy difícil erradicarlas por completo”.
Además de lo señalado, subraya que es importante que el Gobierno Municipal y Estatal se sume a crear estrategias de control de las aves, pues hasta el momento solo la iniciativa privada se ha interesado y ocupado en hacerlo para proteger sus patrimonios.
“La sustentabilidad abarca tres ejes principales: tiene que ser económicamente viable; socialmente responsable y ambientalmente sostenible, el problema con esas especies es que no cumplen con ninguna de esas tres para ser sustentables. Es un punto que sería bueno tocar”.