Pedregal de Santo Domingo, o mejor conocido por sus habitantes como Santocho, es visto desde a fuera como el “Coyoacán negro”. Violencia y pobreza son los adjetivos que revisten al imaginario del extraño sobre esta colonia ubicada al sur de la Ciudad de México; no obstante, detrás de sus calles se encuentra una mixtura de historias de lucha y resistencia: En el año de 1971, cien mil personas provenientes de Guerrero, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Querétaro, Guanajuato, y de la zona conurbada de la Ciudad de México, se organizaron para apropiarse de las tierras de este pedregal. Este acontecimiento daría lugar al movimiento de apropiación de espacios urbanos más grande en América Latina, hasta este momento.
“Resulta difícil saber qué es lo más asombroso en los fundadores de esta mítica colonia: el enfrentamiento con los comuneros, las pesadas piedras que tuvieron que romper y cargar para limpiar el terreno o el conseguir ser escuchados por las autoridades que finalmente no tuvieron otra opción que legitimar esta lucha por la tierra cuando brigadas formadas por inconformes del DF, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Guanajuato, Hidalgo y otros estados, se dieron cita para edificar calles y escuelas que hoy conforman el Pedregal de Santo Domingo a lo largo y a lo ancho de más de 2 millones de metros cuadrados”, escribió Poniatowska en “La invasión del Pedregal de Santo Domingo” (La Jornada, 2000), sobre este lugar que ha inspirado a muchos otros escritores, artistas e intelectuales.
En la actualidad Santocho es una de las colonias con más habitantes de Coyoacán. Por sus vértebras de asfalto transitan diariamente miles de personas de la Ciudad de México, así como de otros estados y del extranjero. Aunque muchos se quedan a rentar, sus estancias no son largas, pues el Pedregal es una colonia migrante por excelencia. Uno de sus accesos principales da cuenta de ello, pues para entrar a la colonia desde Metro Universidad, la primera referencia de los informantes es el callejón Del Paso; un pequeño pasaje que conduce hacia una ciudad dentro de otra ciudad.
En Santocho, los comerciantes trabajan hasta el albor. Sus vialidades se pintan diariamente con el desfile de los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como del caminar apresurado de los trabajadores, quienes antes de regresar a casa, se mueven de local en local al unísono de las fluctuaciones salariales y los precios.
Las asambleas nocturnas para la organización de movimientos sociales nunca faltan, y las calles resguardan siempre la memoria de los habitantes que las trazaron en los setentas, y quienes las llamaron como a su tierra natal.
“Al principio no había calles, mucho menos nombre de calles. Una voz preguntaba: “¿Dónde están los de Oaxaca?, ¿Dónde están los de Guanajuato?”, recuerda Elena Poniatowska.