Ubicado en el Panteón de la Santa Veracruz, el Museo de la Muerte de San Juan del Río es un espacio único que abrió sus puertas hace 23 años para mostrar a la muerte, no sólo como un hecho ineludible, también como un fenómeno cultural de alto significado.
En el Museo de la Muerte, constituido en el antiguo panteón que data del Siglo XVIII, tiene como anfitrión al Templo del Calvario o de la Santa Veracruz, sagrado inmueble que se erige en su pesada construcción vertical al final de la costumbrista calle 2 de Abril, misma que señala el camino que lleva al sitio donde se exhiben las prácticas ancestrales que realizaban los pobladores de San Juan del Río, respecto al acto de morir.
En este histórico sitio se muestra la diversidad cultural e ideológica, con la serie de ritos y tratamientos que se han dado a un cadáver en diferentes épocas, así, es posible observar los tipos de entierros, como los que se hacían en la época prehispánica, el empetatado o bulto mortuorio, el cadáver puesto vasija, entierros durante el virreinato e incluso se puede conocer el tratamiento que se daba al cuerpo de una monja tras su muerte en la época colonial.
Además de la descripción de los ritos mortuorios, el Museo de la Muerte permite echar una mirada al último respiro como un acto que parece no ser el final para algunas religiones, sino el comienzo, lo que se puede apreciar en la pieza museográfica llamada Manta de Luto, que muestra cómo el arte era utilizado como instrumento de conquista espiritual, hacia el Siglo XVI, con la llegada de Hernán Cortés, quien se encargó de conquistar el territorio, pero los misioneros religiosos se encargaron de convertir al cristianismo a los indígenas, hablándoles de la existencia después de la muerte, es decir, del paraíso, del purgatorio y del infierno.
Además de piezas arqueológicas y museográficas, en este lugar también es posible dar un paseo entre tumbas y al mismo tiempo tener una vista panorámica de la ciudad.
El Museo de la Muerte se ha convertido en un referente del municipio de San Juan del Río, sin embargo, a pesar de su importancia, carece de mantenimiento, lo cual se puede identificar a simple vista en la humedad de sus muros, así como cuarteaduras y el desgajamiento de diversas partes de la construcción.
Víctima del tiempo y el deterioro, de forma irónica, este espacio dedicado a la muerte se mantiene vivo y conserva el interés de propios y extraños, quienes lo visitan, aún en tiempos de pandemia, pues permanece de puertas abiertas.