No es extraño encontrar en esta época el anuncio de las nuevas temporadas de pastorelas en los teatros, o la invitación a presenciar una escenificación pública del nacimiento de Jesús; sin embargo, ¿desde cuándo existe esta tradición en la ciudad? ¿qué tanto ha cambiado? ¿qué elementos permanecen aún?.
En su libro “Apuntes para una historia del teatro y las artes escénicas en Santiago de Querétaro del siglo XVI al siglo XIX” (2006), Edgardo Moreno Pérez ahonda en las transformaciones y continuidades sociales, culturales y la memoria colectiva de esta manifestación cultural donde explica que las pastorelas fueron un recurso didáctico que utilizaron los evangelizadores para dar a conocer la historia bíblica, y lo hicieron a través de dioramas (maquetas con figuras humanas y del entorno) o “cuadros vivos”.
Las primeras representaciones se hicieron en los atrios de los templos y parroquias, y más tarde en los barrios, donde eran “muy celosamente vigilados porque era la forma en que los misioneros transmitían el advenimiento, las jornadas de natividad y la epifanía, que es como ahora conocemos al Día de Reyes”, explicó el historiador. Como una prueba de ello, menciona un documento antiguo del siglo XVII donde se registra el pago de tramoya y trajes para la representación del “nacimiento de Nuestro Divino Salvador en el convento grande de San Francisco; lo que quiere decir que ya había representaciones en su atrio, en el ahora Jardín Zenea”.
Permanencias y cambios culturales
Aunque el teatro catequístico fue impulsado por los evangelizadores, el investigador reconoce que los rituales de los pueblos originarios ya mostraban tintes de teatralidad desde antes, con música, cantos y danza como parte de sus prácticas espirituales. Estos elementos se fusionaron con las herramientas escénicas de los españoles, al tiempo que se daba lugar a la suplantación cultural.
En la última etapa del virreinato, surge un formato para esta representación, con personajes como “la indita” y “el indito”; los demonios – que simbolizaban los siete pecados capitales–, así como José, María y el niño Jesús.
Y en el siglo XIX se introducen actores profesionales, con diálogos establecidos y una secuencia más dinámica en su desarrollo. La primera pastorela registrada con estas características “es la de Fernández de Lizardi en `La noche más venturosa´”, agrega el historiador y menciona algunos libretos de franciscanos y jesuitas en los que también se detalla cómo debía ser el teatro catequístico, además de las posadas y las jornadas de natividad.
Sin embargo, con la entrada de la modernidad y las crisis sociales que trajeron consigo las guerras, la estética y la función social de las pastorelas cambió en el país.
“Después de la etapa revolucionaria vamos encontrar [en los diálogos] aspectos relacionados con las luchas agrarias o con los cristeros; así como otra forma de concebir las pastorelas que llegan ya con mensajes políticos y con cargas de ironía”, relata el historiador y aclara que, pese a los cambios en su estructura, se siguió conservando la base.
Hoy en día, con una sociedad más secularizada, el investigador encuentra algunas permanencias en las representaciones, aunque asevera que su objetivo dista mucho del inicial.
“Van más hacia la crítica social y utilizan un lenguaje picaresco y una ironía muy inteligente; también las hay con una fuerte carga soez, sobre todo en estos teatros más de entretenimiento y de revista (…) No me extraña que ahora las pastorelas hablen de la cuarta ola del Covid o de algún diablo que se abre paso a estornudos entre los pobres pastorcitos para contaminarlos”, dice entre risas.
Aunque la sociedad ha cambiado y sus prácticas culturales también, el investigador queretano considera importante rastrear la memoria para documentarla, y no olvidar nunca sus orígenes.
Y es que dentro de lo que está documentado, figura el teatro catequístico bilingüe, en el que se hablaba purépecha y náhuatl para los espectadores… ¿habrá sucedido lo mismo en Querétaro?