/ martes 3 de septiembre de 2019

Septiembre, mes de la charrería

A partir de 1934, cada 14 de septiembre, día previo a la conmemoración del Grito de Independencia se celebra el Día del Charro, algunos atribuyen al presidente de México Abelardo L. Rodríguez, haberlo instituido

La historia de la charrería, hoy considerara Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por la UNESCO, tiene su antecedente cuando el virrey Luis de Tovar Godínez, en el año 1619, otorga el primer permiso escrito para que 20 indígenas “pudieran montar libremente caballos con silla, freno y espuelas” en la Hacienda de San Javier en Pachuca, Hidalgo, quienes mostraron gran destreza como jinetes.

Entre los apuntes sobre el arte de la charrería que en esta ocasión destacamos, hay un texto de “Arte, charrería, historia” en el que cita, “en el siglo XVI, el virrey Velasco I emprendió la conquista de Querétaro (chichimecas) y autorizó bestias y armas para dos caciques aliados que fueron los pioneros de la charrería: Nicolás Montañez de San Luís, descendiente de nobles de Tula y Jilotepec”, y es importante citar a Fray Pedro Barrientos, instructor portugués dominico, “quien enseñó a los indios la cría y conservación de los caballos y el arte de dominarlos, montarlos y correrlos”.

Pero es al beato Sebastián de Aparicio (1502-1596) a quien se le reconoce como máximo profesor de equitación, a quien se le considera “mentor en las labores del campo… guía de los indígenas en la realización de las faenas de domesticación y aprovechamiento de las bestias…”

Mientras que en un escrito del hidalguense Leovigildo Islas Escárcega, menciona “cuando se extendió el uso de los caballos entre los habitantes de nuestro país, sin distinción de castas y jerarquías, debido a las necesidades de la vida del campo en la concerniente al manejo de ganado mayor, surgió la charrería entre los servidores de las grandes haciendas, donde los animales equinos y bovinos, se contaban por millares. Expertos vaqueros y caporales, hombres de campo en general, consumaban admirables maniobras en las que campeaban el arrojo y la destreza en herraderos, tuzaderos o por simple divertimento o traveseada. Durante mucho tiempo, la ejecución de estas rudas faenas fue el dominio exclusivo de la gente campirana, y en un prolongado lapso se intensificó, con modalidades propias y singularísimas, la suerte de lazar, creándose la de colear, que en ninguna parte del mundo se ejecuta como en México”.

La historia de la charrería, hoy considerara Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por la UNESCO, tiene su antecedente cuando el virrey Luis de Tovar Godínez, en el año 1619, otorga el primer permiso escrito para que 20 indígenas “pudieran montar libremente caballos con silla, freno y espuelas” en la Hacienda de San Javier en Pachuca, Hidalgo, quienes mostraron gran destreza como jinetes.

Entre los apuntes sobre el arte de la charrería que en esta ocasión destacamos, hay un texto de “Arte, charrería, historia” en el que cita, “en el siglo XVI, el virrey Velasco I emprendió la conquista de Querétaro (chichimecas) y autorizó bestias y armas para dos caciques aliados que fueron los pioneros de la charrería: Nicolás Montañez de San Luís, descendiente de nobles de Tula y Jilotepec”, y es importante citar a Fray Pedro Barrientos, instructor portugués dominico, “quien enseñó a los indios la cría y conservación de los caballos y el arte de dominarlos, montarlos y correrlos”.

Pero es al beato Sebastián de Aparicio (1502-1596) a quien se le reconoce como máximo profesor de equitación, a quien se le considera “mentor en las labores del campo… guía de los indígenas en la realización de las faenas de domesticación y aprovechamiento de las bestias…”

Mientras que en un escrito del hidalguense Leovigildo Islas Escárcega, menciona “cuando se extendió el uso de los caballos entre los habitantes de nuestro país, sin distinción de castas y jerarquías, debido a las necesidades de la vida del campo en la concerniente al manejo de ganado mayor, surgió la charrería entre los servidores de las grandes haciendas, donde los animales equinos y bovinos, se contaban por millares. Expertos vaqueros y caporales, hombres de campo en general, consumaban admirables maniobras en las que campeaban el arrojo y la destreza en herraderos, tuzaderos o por simple divertimento o traveseada. Durante mucho tiempo, la ejecución de estas rudas faenas fue el dominio exclusivo de la gente campirana, y en un prolongado lapso se intensificó, con modalidades propias y singularísimas, la suerte de lazar, creándose la de colear, que en ninguna parte del mundo se ejecuta como en México”.

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