El aniversario 291 de la consagración del actual Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe, que el pasado 25 de julio se cumplió, da motivo a esta nota. Los antecedentes de su edificación datan del 9 de mayo de 1689 siendo párroco el Pbro. Dr. Pedro Avalos y de la Vega y Bracamonte, cuando el clero y vecinos de este poblado se dirigieron al Virrey don Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Conde de Galve, “con el objetivo de obtener permiso para la construcción de esta parroquia”, escribe en el libro “San Juan del Río Geografía e Historia” su autor, don Rafael Ayala Echávarri, ilustre sanjuanense.
El recinto, como muchos de México, guarda hechos históricos “que a través de los tiempos se valoran y acaban por ser parte de la historia”; en un principio fue dedicado a San Juan Bautista patrono de esta ciudad pero, dado que, desde el siglo XIX el altar mayor es ocupado por la bella pintura de la Virgen de Guadalupe que canónicamente fue coronada el 19 de enero de 1949, por decisión del Obispo Diocesano en el año 2006 fue dedicado a la Virgen de Guadalupe, y se le concedió la dignidad de Santuario Diocesano.
“La edificación de este templo no fue nada fácil, pues tuvo que suspenderse varias veces por falta de recursos económicos. Se vuelven a tener noticias del templo hasta el 10 de diciembre de 1726 cuando Don Marcos Mancilla, hombre de negocios y originario de este lugar, al estar en una situación difícil se encomendó a la Virgen de Guadalupe para que intercediera por él y no perdiera la vida, y en pago de la gracia ofreció construirle un templo, cosa que no realizó pero pago su deuda al apoyar la construcción del actual templo parroquial…”, nos explica el abogado y catedrático Francisco Pájaro.
Aprovechando el tema, también hace recordar el significado que tienen los bienes sagrados, “basado siempre en la alta dignidad del arte, que es una forma de lo Divino, un atributo de Dios; una Verdad Divina, fundamento del Ser. He aquí por qué lo Bello es, según la fórmula platónica, ´el esplendor de lo verdadero´. Por ello, el objeto de los bienes sagrados es el de revelar la imagen de la Naturaleza Divina impresa en lo creado, pero oculta en ello, siendo siempre la manifestación o reflejo de un vínculo terrenal a lo espiritual”.
Por ello, cita, en este caso y siendo el Santuario el principal en jerarquía en esta ciudad, “es claro que convergen en él lo más prestigiado y notorio de la época. Su objetivo no era –y no lo es- sólo el de congregar fieles, sino el de crear para ellos una atmósfera que permita que la Gracia se manifieste mejor, y lo alcanza en la medida en que logra llamar su atención con un sutil juego de influencias, a través de los diferentes retablos, con sus pinturas, esculturas, ornamentos, candiles, etc., pero con un solo objetivo; la comunión con lo Divino…”