Esta historia es relatada por el licenciado Edgardo Cabrera en su libro “Leyendas y Tradiciones de Bernal” y hoy la compartimos a nuestros lectores de Diario de Querétaro.
“El Tesoro de Bernal” es una de esas historias que han pasado de generación en generación en el también llamado Pueblo Mágico y que Cabrera comienza su relato cuando tuvo la visita de Guadalupe Rivera Marín, hija del famoso pintor Diego Rivera en 1979.
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Según cuenta, un grupo de amigos se reunió y entre pláticas de humeante café de olla y deliciosos panes de Héctor Montes, salió a colación la famosa historia dónde se cuenta que en lo más alto de la Peña hay una cueva, la cual hace un perfecto círculo de 360 grados, que es utilizado como nido de águilas o zopilotes, donde prácticamente es inaccesible poder llegar.
Dentro de el misterioso lugar se dice existe un gran tesoro, pero a diferencia de lo que muchos podrían pensar al escuchar este término, no se trata de joyas, piedras preciosas, monedas de oro o algún objeto valioso. Es algo más sagrado, es permitir saber el origen y destino del ser humano en este mundo.
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En su relato Edgardo Cabrera menciona que las personas que escuchaban la leyenda se interesaron bastante en conocer el misterioso lugar y con gran alboroto organizaron una expedición para llegar hasta lo más alto del monolito que es el sitio donde se cree está el famoso círculo. La hazaña la realizaron con el alpinista Sergio Zambrano, quien de inmediato hizo todas las gestiones para poder finalmente conocer y ver de frente al famoso “viborón” que resguarda el tan codiciado tesoro bernalense.
Cuenta Edgardo Cabrera que fue un sábado cuando se lanzaron a la aventura; Alberto Carrillo Briones otro de los involucrados se apostó en el pueblo de San Antonio de la Cal, para dar instrucciones a través de un potente telescopio, radio transmisor y cámaras fotográficas para poder guiarlos al punto exacto.
Increíblemente y para desgracia de los aventureros, el lugar, desapareció mágicamente, ni Cabrera ni Zambrano podían ver ningún agujero, ningún nido, ni águilas, ni zopilotes, ni nada. Solo el muro impenetrable y frío de la roca. - ¡No puede ser! Estudié cada centímetro del lugar. -, se quejaba Sergio Zambrano, mientras Alberto Briones desde su trinchera desesperado les decía por radio, - ¡pero si están frente a ella!, ¿Cómo pueden estar ahí y no verla?.
Tristemente los buscadores de tesoros tuvieron que volver pues ante sus ojos no apareció absolutamente nada, y es donde se ratifica la leyenda que justamente el trabajo de ese “viborón” es mantener bien resguardado el tesoro y aunque misteriosamente desde abajo se puede observar el sitio e incluso en la superficie de la Peña se aprecian un par de flechas que parecieran labradas en los peñascos indicando el punto, una vez arriba su guardián lo hace desaparecer ante los ojos humanos, pues pocos o tal vez nadie conozca algún día el origen sagrado de la humanidad.