/ martes 9 de abril de 2024

Alejandra Salinas, la mujer que adoptó a niños sin hogar

Desde que llegó a San Juan del Río en 1987, Alejandra Salinas trabajó en la iglesia de Santo Domingo, apoyando con el cuidado del templo y atendiendo a las personas sin hogar

Alejandra Salinas Rosales, tiene 65 años y es enfermera titulada. Nació el 27 de abril de 1958, en Peñamiller y sus padres son Alfonso Salinas Espinoza y Sulticia Rosales Velázquez. Llegó a San Juan del Río en 1987, a trabajar en el Templo de Santo Domingo (ahora parroquia), de la mano del padre José Moya Tovar, quien era primo hermano de su papá.

"El padre Moyita fue muy generoso y amaba tanto a los niños, que él siempre me dijo, cuando un niño llegue a tus brazos, y conozcas a alguien que está desesperado, y no quiere mantener a ese niño, dile que lo deje vivir, aquí están los brazos para acunarlo, que siempre será un faro de luz en la vida de otros. Él decía solo haz el bien y evita el mal".

En 1990, la iglesia abrió sus puertas para darle de comer, a los niños y a las personas necesitadas. En ese momento Alejandra colaboraba haciendo la comida, la limpieza y el trabajo de la casa, especialmente el cuidado de los adornos del templo.

El 6 de noviembre de 2002, el padre Moyita falleció, y lo que recuerda Alejandra, es que terminando de rezar su novenario, tanto ella, como algunos niños de la calle tuvieron que abandonar el templo.

"Porque así lo dispuso la iglesia. Así que me fui con mis niños, les digo así, aunque son hijos adoptivos. Me llevé a 3 niños y a 5 niñas a vivir a la calle 2 de abril, en una casa que estaba en ruinas, en el mero callejón de los escalones. Ahora esos niños ya son padres de familia y profesionistas".

Un ejemplo de ello, es Elvia, que llegó de 20 años a su casa. Elvia era analfabeta y gracias a Alejandra, estudió una carrera de programadora de computación. Se casó y después enviudó, pero siempre ha salido adelante, gracias a las enseñanzas de su madre adoptiva.

"Tengo mucho agradecimiento, porque me encontró en un tiempo muy difícil para mi vida. Le debemos tanto porque nos da mucho apoyo sin ser nuestra madre. Debemos de seguir su ejemplo, porque te da consejos y enseñanzas".

UNA HISTORIA QUE HA CONTINUADO

Ahora Alejandra es abuela. Sacó su carrera de enfermería a los 40 años de edad, titulándose por promedio, y laboró durante 20 años en el Hospital General de San Juan del Río, hasta que una enfermedad de los ojos, le impidió continuar. Ahora que se ha operado, quiere retomar su carrera. El pasado 26 de febrero, recibió el reconocimiento "Sara Pérez Romero", por la labor de ayuda que ha ejercido en San Juan del Río.

"Yo no tengo ni un peso, pero mis brazos están abiertos y han sido suficientes para dar de comer a muchos niños. Yo siempre digo que sí se puede, nada más es querer. Sigo ayudando a las personas en lo que he podido. No en gran escala, porque los medios materiales son menos, pero sí a mis prioridades. La vida me ha otorgado regalos como este galardón y me siento muy contenta".

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Para ella es muy importante sumar más, principalmente con las mujeres. Ya que para las personas perdidas, siempre podemos ser un faro de luz en su camino, podemos orientarlas, o llevarlas a instituciones para que las ayuden.

"Yo he encontrado en mi trayecto como enfermera a personas que estaban perdidas por no saber qué hacer, algunas embarazadas, y otras que sufrían violencia por parte de su familia y tenían mucho miedo de volver a su casa. A algunas les brindé apoyo, llevándolas a mi domicilio. Quiero agradecerle a toda la gente su apoyo moral y económico, sobre todo en momentos críticos y quiero decirles que yo aún las amo, las recuerdo y siempre pediré a Dios por ellas".

Alejandra Salinas Rosales, tiene 65 años y es enfermera titulada. Nació el 27 de abril de 1958, en Peñamiller y sus padres son Alfonso Salinas Espinoza y Sulticia Rosales Velázquez. Llegó a San Juan del Río en 1987, a trabajar en el Templo de Santo Domingo (ahora parroquia), de la mano del padre José Moya Tovar, quien era primo hermano de su papá.

"El padre Moyita fue muy generoso y amaba tanto a los niños, que él siempre me dijo, cuando un niño llegue a tus brazos, y conozcas a alguien que está desesperado, y no quiere mantener a ese niño, dile que lo deje vivir, aquí están los brazos para acunarlo, que siempre será un faro de luz en la vida de otros. Él decía solo haz el bien y evita el mal".

En 1990, la iglesia abrió sus puertas para darle de comer, a los niños y a las personas necesitadas. En ese momento Alejandra colaboraba haciendo la comida, la limpieza y el trabajo de la casa, especialmente el cuidado de los adornos del templo.

El 6 de noviembre de 2002, el padre Moyita falleció, y lo que recuerda Alejandra, es que terminando de rezar su novenario, tanto ella, como algunos niños de la calle tuvieron que abandonar el templo.

"Porque así lo dispuso la iglesia. Así que me fui con mis niños, les digo así, aunque son hijos adoptivos. Me llevé a 3 niños y a 5 niñas a vivir a la calle 2 de abril, en una casa que estaba en ruinas, en el mero callejón de los escalones. Ahora esos niños ya son padres de familia y profesionistas".

Un ejemplo de ello, es Elvia, que llegó de 20 años a su casa. Elvia era analfabeta y gracias a Alejandra, estudió una carrera de programadora de computación. Se casó y después enviudó, pero siempre ha salido adelante, gracias a las enseñanzas de su madre adoptiva.

"Tengo mucho agradecimiento, porque me encontró en un tiempo muy difícil para mi vida. Le debemos tanto porque nos da mucho apoyo sin ser nuestra madre. Debemos de seguir su ejemplo, porque te da consejos y enseñanzas".

UNA HISTORIA QUE HA CONTINUADO

Ahora Alejandra es abuela. Sacó su carrera de enfermería a los 40 años de edad, titulándose por promedio, y laboró durante 20 años en el Hospital General de San Juan del Río, hasta que una enfermedad de los ojos, le impidió continuar. Ahora que se ha operado, quiere retomar su carrera. El pasado 26 de febrero, recibió el reconocimiento "Sara Pérez Romero", por la labor de ayuda que ha ejercido en San Juan del Río.

"Yo no tengo ni un peso, pero mis brazos están abiertos y han sido suficientes para dar de comer a muchos niños. Yo siempre digo que sí se puede, nada más es querer. Sigo ayudando a las personas en lo que he podido. No en gran escala, porque los medios materiales son menos, pero sí a mis prioridades. La vida me ha otorgado regalos como este galardón y me siento muy contenta".

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Para ella es muy importante sumar más, principalmente con las mujeres. Ya que para las personas perdidas, siempre podemos ser un faro de luz en su camino, podemos orientarlas, o llevarlas a instituciones para que las ayuden.

"Yo he encontrado en mi trayecto como enfermera a personas que estaban perdidas por no saber qué hacer, algunas embarazadas, y otras que sufrían violencia por parte de su familia y tenían mucho miedo de volver a su casa. A algunas les brindé apoyo, llevándolas a mi domicilio. Quiero agradecerle a toda la gente su apoyo moral y económico, sobre todo en momentos críticos y quiero decirles que yo aún las amo, las recuerdo y siempre pediré a Dios por ellas".

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