El problema más acusado de los animalistas respecto a la Fiesta de los Toros es que se quedan siempre en la epidermis del espectáculo; no profundizan, no escuchan el rico trasfondo. Para ellos, el toreo se reduce a la tortura de un animal vivo en un ruedo, para deleite y goce de quienes lo observan.
De nada sirven con ellos los argumentos de la tradición de siglos que conlleva, ni las condiciones de crianza de un toro bravo que podría desaparecer sin la Fiesta, ni los sentimientos que mueve ese enfrentamiento entre un hombre y un animal salvaje, ni las muchas familias que dependen económicamente del espectáculo.
En estos tiempos de pandemia, que le han arrebatado al toreo la culminación de su ciclo, han aprovechado sus enemigos para buscar su remate, intentando su prohibición, pues hay que decir que quienes no gustan de él no se conforman con simplemente no presenciarlo, sino que atentan contra la libertad de los que sí, y procuran su desaparición.
Bajo el mismo e insistente argumento de tortura a un animal, de la simple opinión pasan, o intentan hacerlo, a los hechos, y así nos hemos topado con ejemplos muy significativos de ataques directos al árbol caído de la Tauromaquia:
En Sinaloa lograron prohibir los toros endureciendo las leyes pertinentes, gracias a un grupo de legisladores locales, al parecer comandados por el morenista Pedro Lobo, quien aspira a ser alcalde de Culiacán, y quien razona que con ello se salvarán muchos toros, sin darse cuenta de que, en realidad, los está extinguiendo.
En Puebla, por su parte, la alcaldesa de su capital, también morenista, Claudia Rivera, intenta hacer lo mismo, aún en contra de la opinión del gobernador, y hasta en Aguascalientes, tierra del toro por excelencia, la Presidenta del Comité Directivo Estatal del Partido Verde Ecologista, Saraí Ornelas, se ha lanzado a encabezar igual intención desde la palestra de una organización política caracterizada por principios y valores ambivalentes.
Difícil será convencer a los antitaurinos que le Fiesta es, como dice Joaquín Sabina, “una metáfora de la vida y de la muerte”, pero a veces, sobre todo en estos difíciles tiempos que corren, dan ganas de parafrasear al de Úbeda con aquello de “si no les gusta, que no vayan, pero que dejen de tocarnos los …”.