/ sábado 24 de agosto de 2024

Lo que no nos define / La erosión del poder


La imagen del líder fuerte e inflexible que Putin ha cultivado durante años está comenzando a desmoronarse ante la mirada de sus propios ciudadanos y de la comunidad internacional. La guerra, que en un principio se esperaba consolidara su poder y reafirmara a Rusia como una superpotencia militar, ha tenido el efecto contrario, pues ha expuesto las debilidades de un régimen que lucha por mantenerse a flote ante un conflicto prolongado y costoso.

La sensación de desorden y falta de coherencia estratégica es palpable, no sólo en el campo de batalla, sino también en la percepción pública. Los comentaristas prorrusos no han tardado en señalar las fallas de comunicación y la ausencia de una estrategia clara para repeler la ofensiva ucraniana.

Sin embargo, en medio de este panorama desalentador, Rusia ha encontrado en China un aliado. La reciente visita del primer ministro chino, Li Qiang, a Moscú, marca un punto de inflexión en las relaciones bilaterales entre ambos países. Mientras el Kremlin se tambalea bajo el peso de las sanciones occidentales y el desgaste de una guerra prolongada, Beijing emerge como un salvavidas, dispuesto a ofrecer respaldo económico y político.

En el encuentro celebrado, Putin destacó el desarrollo exitoso de las relaciones comerciales con China, subrayando que ambos países han trazado planes a gran escala para proyectos económicos de largo alcance. No obstante, la alianza con China, aunque necesaria, también plantea interrogantes sobre la creciente dependencia del Kremlin hacia Beijing; pues si bien la narrativa oficial resalta el fortalecimiento de la cooperación bilateral, también esconde una realidad incómoda.

Li Qiang, por su parte, dejó claro que China está dispuesta a avanzar en la cooperación, a pesar de la cambiante situación internacional. Esta declaración refuerza la percepción de que China está utilizando la coyuntura para aumentar su influencia sobre Rusia. La creciente compra de petróleo ruso por parte de China y el suministro de tecnologías críticas, como máquinas herramienta y microelectrónica, que Moscú necesita para mantener su capacidad militar, son la prueba de una relación cada vez más asimétrica.

Mientras tanto, Estados Unidos también ha ajustado su estrategia. Recientemente, se reportó que Joe Biden aprobó en marzo un plan estratégico nuclear que reorienta la disuasión estadounidense hacia la expansión del arsenal nuclear de China, preparando a su país para posibles desafíos coordinados con Rusia.

En ese marco y a medida que el conflicto se prolonga, la parálisis que ha caracterizado su respuesta a las recientes crisis, sugiere que el hombre que alguna vez fue visto como un gran estratega, está ahora lidiando con un conjunto de problemas que parecen superarlo. Y en ese proceso, la fachada de invulnerabilidad de Putin se desmorona, dejando entrever a un líder cada vez más aislado y dependiente de aliados cuyo apoyo es, en el mejor de los casos, condicional.

¿O será el poder lo que no nos define?



La imagen del líder fuerte e inflexible que Putin ha cultivado durante años está comenzando a desmoronarse ante la mirada de sus propios ciudadanos y de la comunidad internacional. La guerra, que en un principio se esperaba consolidara su poder y reafirmara a Rusia como una superpotencia militar, ha tenido el efecto contrario, pues ha expuesto las debilidades de un régimen que lucha por mantenerse a flote ante un conflicto prolongado y costoso.

La sensación de desorden y falta de coherencia estratégica es palpable, no sólo en el campo de batalla, sino también en la percepción pública. Los comentaristas prorrusos no han tardado en señalar las fallas de comunicación y la ausencia de una estrategia clara para repeler la ofensiva ucraniana.

Sin embargo, en medio de este panorama desalentador, Rusia ha encontrado en China un aliado. La reciente visita del primer ministro chino, Li Qiang, a Moscú, marca un punto de inflexión en las relaciones bilaterales entre ambos países. Mientras el Kremlin se tambalea bajo el peso de las sanciones occidentales y el desgaste de una guerra prolongada, Beijing emerge como un salvavidas, dispuesto a ofrecer respaldo económico y político.

En el encuentro celebrado, Putin destacó el desarrollo exitoso de las relaciones comerciales con China, subrayando que ambos países han trazado planes a gran escala para proyectos económicos de largo alcance. No obstante, la alianza con China, aunque necesaria, también plantea interrogantes sobre la creciente dependencia del Kremlin hacia Beijing; pues si bien la narrativa oficial resalta el fortalecimiento de la cooperación bilateral, también esconde una realidad incómoda.

Li Qiang, por su parte, dejó claro que China está dispuesta a avanzar en la cooperación, a pesar de la cambiante situación internacional. Esta declaración refuerza la percepción de que China está utilizando la coyuntura para aumentar su influencia sobre Rusia. La creciente compra de petróleo ruso por parte de China y el suministro de tecnologías críticas, como máquinas herramienta y microelectrónica, que Moscú necesita para mantener su capacidad militar, son la prueba de una relación cada vez más asimétrica.

Mientras tanto, Estados Unidos también ha ajustado su estrategia. Recientemente, se reportó que Joe Biden aprobó en marzo un plan estratégico nuclear que reorienta la disuasión estadounidense hacia la expansión del arsenal nuclear de China, preparando a su país para posibles desafíos coordinados con Rusia.

En ese marco y a medida que el conflicto se prolonga, la parálisis que ha caracterizado su respuesta a las recientes crisis, sugiere que el hombre que alguna vez fue visto como un gran estratega, está ahora lidiando con un conjunto de problemas que parecen superarlo. Y en ese proceso, la fachada de invulnerabilidad de Putin se desmorona, dejando entrever a un líder cada vez más aislado y dependiente de aliados cuyo apoyo es, en el mejor de los casos, condicional.

¿O será el poder lo que no nos define?