/ sábado 23 de noviembre de 2024

Lo que no nos define / Ecos de la invasión

La guerra en Ucrania ha entrado en una nueva y peligrosa fase. La reciente utilización de un misil hipersónico por parte de Rusia, capaz de alcanzar velocidades de Mach 10, marca no sólo un desafío técnico para las defensas occidentales, sino también un claro intento de Moscú por redefinir las reglas del conflicto. Ante este desarrollo, la OTAN ha respondido con la convocatoria urgente de una reunión en Bruselas con las autoridades ucranianas, reflejando la preocupación por una posible expansión del conflicto.

El presidente Volodímir Zelenski, en un mensaje contundente, advirtió que el mundo no puede permitirse la pasividad ante las ambiciones de Vladimir Putin. De modo que el líder ucraniano no sólo solicita armamento avanzado, sino también una respuesta política y diplomática que reafirme la unidad de Occidente frente a la agresión.

Por su parte, el Kremlin no ha ocultado su intención de convertir el conflicto en un terreno de pruebas para sus armas más sofisticadas. El misil hipersónico Oreshnik, utilizado para impactar una instalación militar en Dnipró, ha sido presentado por Putin como un hito en la capacidad tecnológica rusa. Sin embargo, detrás de esta demostración de fuerza se esconde un mensaje aún más inquietante: la ampliación de los criterios para el uso de armas nucleares en respuesta a amenazas percibidas.

En ese marco, la convocatoria del Consejo OTAN-Ucrania subraya el delicado equilibrio que enfrenta la Alianza Atlántica. Por un lado, está el compromiso inquebrantable con la soberanía ucraniana; por el otro, la necesidad de evitar una confrontación directa con una potencia nuclear como Rusia.

Sin embargo, no cabe duda que el conflicto en Ucrania ya no puede ser considerado un enfrentamiento regional. La implicación de Corea del Norte, proporcionando tropas y armamento a Moscú, y el suministro de armas avanzadas desde Irán, demuestran cómo esta guerra ha catalizado una reconfiguración de alianzas internacionales. Al tiempo que los países occidentales enfrentan un dilema estratégico: ¿Cómo garantizar la seguridad de Ucrania sin escalar el conflicto hacia una guerra de proporciones globales?

En este contexto, la reunión de la OTAN con Kiev será mucho más que un encuentro diplomático. Será una prueba para la Alianza en su capacidad de liderazgo y en su habilidad para forjar un consenso entre sus miembros; pues más allá de las declaraciones de unidad, el mundo observará si Occidente está preparado para afrontar las implicaciones de un conflicto que amenaza con redefinir el orden global.

Frente a ello, la guerra en Ucrania, con su escalada tecnológica y estratégica, se erige como un desafío a los valores fundamentales de la comunidad internacional. La próxima semana en Bruselas no sólo se discutirá el destino de Ucrania, sino también el de un sistema internacional que se tambalea bajo el peso de la ambición y la brutalidad. ¿Responderá la OTAN a la altura de las circunstancias o permitirá que Putin continúe trazando las líneas rojas de este conflicto? Sólo el tiempo lo dirá, pero la historia no será indulgente con la inacción.