La reciente escalada de tensiones entre Israel e Irán no sólo ha intensificado la inestabilidad en la región, sino que ha implicado a las grandes potencias en una compleja red de intereses estratégicos. Con Estados Unidos reafirmando su apoyo a Israel, la atención ahora también recae sobre Rusia y China, países que mantienen distintos niveles de cercanía y cooperación con Teherán y que ven el conflicto no sólo como espacio de oportunidad, sino como reto para mantener a salvo sus intereses.
Por una parte, Rusia, si bien no es un aliado formal de Irán, ha forjado una relación de conveniencia con Teherán; pues desde tiempo atrás este último ha suministrado a Rusia misiles y drones de ataque, que se han vuelto indispensables para las operaciones en Ucrania. A cambio, Moscú actúa como un defensor diplomático de Irán en organismos como la ONU, asegurando que las críticas o sanciones no prosperen.
Para el Kremlin, sin embargo, el conflicto en Medio Oriente representa tanto una oportunidad como una complicación. En términos estratégicos, reduce la atención sobre Ucrania. No obstante, si los ataques israelíes dañan la infraestructura iraní, Moscú podría encontrarse en una situación complicada; pues su ruta de exportación de petróleo hacia la India –esencial para una economía rusa sometida a sanciones– depende de un Irán estable.
Además, Moscú tiene razones adicionales para ser cauteloso. La relación entre Irán y Azerbaiyán, este último con estrechos lazos militares con Israel, agrega otra capa de complejidad. El Cáucaso es vital para Rusia como centro de comercio y energía, y cualquier aumento de tensión podría afectar los intereses rusos.
Por otro lado, la relación entre China e Irán es larga y estratégica, basada en intereses diplomáticos y económicos. Hasta ahora, Pekín apoya a Teherán sin involucrarse directamente en el conflicto, ya que sus significativas inversiones en infraestructura y tecnología en Israel le hacen preferir no comprometer sus relaciones económicas con el Estado israelí.
China, no obstante, también depende en gran medida de las importaciones de petróleo iraní, que cubren aproximadamente el 90% de las exportaciones de crudo de Teherán. Por lo que cualquier daño a la infraestructura petrolera de Irán, podría generar una reacción más severa de Pekín, quien se vería forzada a defender sus intereses energéticos. Sin embargo, China tiene la flexibilidad de recurrir a otros proveedores de petróleo, como Arabia Saudita o incluso Rusia, si las tensiones se intensifican.
Frente a este contexto, y ante un escenario donde cada movimiento cuenta, las grandes potencias deberán calibrar sus decisiones para proteger sus intereses sin involucrarse de lleno en una nueva crisis que podría desbordar fronteras y tener repercusiones a nivel mundial. En ese sentido, el verdadero reto, por ende, será mantener este frágil equilibrio en un mundo donde lo que ocurre en Medio Oriente repercute en Ucrania, en el Cáucaso y en el Extremo Oriente.
¿O serán los aliados lo que no nos define?
Consultor y profesor universitario
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