/ domingo 18 de agosto de 2024

El cronista sanjuanense / Rafaela Díaz Torres (1829 1860)

Esta ilustre mujer nació en San Juan del Río el 4 de agosto de 1829. Fue la menor de los nueve hijos que procreó el matrimonio formado por los señores Esteban Díaz González de la Campa y Ramona Torres Arroyo, algunos de los cuales enlazaron con antiguas familias de San Juan del Río y de Santiago de Querétaro, y desempeñaron un papel importante en la sociedad de ambas ciudades.

Rafaela se distinguió por su bondad y gran corazón hacia los pobres y enfer­mos, por lo que fue muy querida y respetada por el pueblo sanjuanense. Permaneció soltera y fue gran benefactora de la ciudad.

Murió joven, el 4 de enero de 1860, a los 31 años de edad. Al fallecer, dejó en su testamento una donación que permitiera brindar asistencia corporal a los enfer­mos del Hospital de San Juan de Dios, así como para cubrir los gastos de un ca­pellán que atendiese en lo espiritual a dicha institución.

Siempre se preocupó por la educación y cultura de los jóvenes, razón por la cual también donó dinero para la fundación de un colegio de educación secundaria, en el que debían impartirse las cátedras de Latinidad y Filosofía, así como para la compra de los libros que fueran necesarios.

También mandó que se construyeran tres puertas de hierro para el atrio del cementerio de la Parroquia de San Juan Bautista, las cuales, antes de ser colocadas, por considerar que eran bienes pertenecientes a la Iglesia, en el año 1863 se trasladaron a la capital del estado, por orden del gobernador el coronel José Linares, para adornar la plaza del merca­do y otras fincas.

El 27 de octubre de 1864, en sesión de Cabildo, el Ayuntamiento de San Juan del Río declaró a Rafaela Díaz y Torres “benefactora de la ciudad”; con ese motivo, colocó su busto en el salón de exámenes del Colegio de Educandas y dio su nombre al Salón de Sesiones del Ayuntamiento, a fin de rendir un homenaje a quien se preocupó por ayudar a los desvalidos y la educación de la juventud sanjuanense, legando sus bienes materiales.

El propio Ayuntamiento autorizó en 1869 la colocación de una memoria en el Panteón de la Santa Vera Cruz. En el nicho número uno del columbario está la losa de mármol blanco en la que se lee “La Sta. Rafaela Díaz y Torres. Benefactora de esta ciudad. El Ayuntamiento de 1869. A su memoria. R.I.P. A perpetuidad.” Rafaela Díaz fue sepultada en el pueblo de Acambaro, Guanajuato; sus restos con el tiempo se perdieron, por ello el Ayuntamiento, a su memoria, mandó instalar la losa en uno de los sitios más honorables del Panteón de la Santa Vera Cruz.

En 1870, el Distrito de San Juan del Río estaba conformado por las munici­palidades de su nombre y la de Tequisquiapan. Su población ascendía a 33,948 habitantes. La beneficencia pública se componía del hospital y el socorro para los pobres. El Hospital tenía un capital de 10,800 pesos, que le legó doña Rafaela.

En noviembre de 1893, el obispo de la Diócesis de Querétaro, Rafael S. Camacho, hizo una visita pastoral a San Juan del Río, en cuyo recuerdo escribió unos apuntes geográficos y estadísticos de la ciudad —que según los últimos padrones tenía entonces 6,480 habitantes—, donde refiere los benefactores de la población que dejaron fondos en su favor y a cargo del Ayuntamiento para el hospital, para los pobres, para la instrucción pública y para la introducción del agua potable.

Para el Hospital: Rafaela Díaz Torres, 12,220 pesos; Octaviano Muñoz Ledo, 4,000 pesos; Manuel Cazabal, 10,000 pesos. Para los pobres: Esteban Díaz González, 8,000 pesos; Ignacia Quintana, 2,000 pesos. Para la instrucción pública: Rafaela Díaz Torres, 13,000 pesos; el presidente Benito Juárez cedió 4,000 pesos de los fondos públicos. Para la introducción del agua potable: Manuel Cazabal 10,000 pesos, que fueron redimidos en 1885.

El ayuntamiento en algún momento autorizó ponerle su nombre a una pequeña calle que está entre las actuales Miguel Hidalgo y Francisco Javier Mina, es una cuadra antes de la 20 de Noviembre, y en efecto la nombraron, solo que hubo el error, vergonzoso error, de haber separado las letras quedando las nomenclaturas como “Rafael A. Díaz”. No solo no es su nombre, sino que se le dio a masculino. Hasta nuestros días permanece así.

Síganme en Facebook @CronistaSanJuandelRio

Esta ilustre mujer nació en San Juan del Río el 4 de agosto de 1829. Fue la menor de los nueve hijos que procreó el matrimonio formado por los señores Esteban Díaz González de la Campa y Ramona Torres Arroyo, algunos de los cuales enlazaron con antiguas familias de San Juan del Río y de Santiago de Querétaro, y desempeñaron un papel importante en la sociedad de ambas ciudades.

Rafaela se distinguió por su bondad y gran corazón hacia los pobres y enfer­mos, por lo que fue muy querida y respetada por el pueblo sanjuanense. Permaneció soltera y fue gran benefactora de la ciudad.

Murió joven, el 4 de enero de 1860, a los 31 años de edad. Al fallecer, dejó en su testamento una donación que permitiera brindar asistencia corporal a los enfer­mos del Hospital de San Juan de Dios, así como para cubrir los gastos de un ca­pellán que atendiese en lo espiritual a dicha institución.

Siempre se preocupó por la educación y cultura de los jóvenes, razón por la cual también donó dinero para la fundación de un colegio de educación secundaria, en el que debían impartirse las cátedras de Latinidad y Filosofía, así como para la compra de los libros que fueran necesarios.

También mandó que se construyeran tres puertas de hierro para el atrio del cementerio de la Parroquia de San Juan Bautista, las cuales, antes de ser colocadas, por considerar que eran bienes pertenecientes a la Iglesia, en el año 1863 se trasladaron a la capital del estado, por orden del gobernador el coronel José Linares, para adornar la plaza del merca­do y otras fincas.

El 27 de octubre de 1864, en sesión de Cabildo, el Ayuntamiento de San Juan del Río declaró a Rafaela Díaz y Torres “benefactora de la ciudad”; con ese motivo, colocó su busto en el salón de exámenes del Colegio de Educandas y dio su nombre al Salón de Sesiones del Ayuntamiento, a fin de rendir un homenaje a quien se preocupó por ayudar a los desvalidos y la educación de la juventud sanjuanense, legando sus bienes materiales.

El propio Ayuntamiento autorizó en 1869 la colocación de una memoria en el Panteón de la Santa Vera Cruz. En el nicho número uno del columbario está la losa de mármol blanco en la que se lee “La Sta. Rafaela Díaz y Torres. Benefactora de esta ciudad. El Ayuntamiento de 1869. A su memoria. R.I.P. A perpetuidad.” Rafaela Díaz fue sepultada en el pueblo de Acambaro, Guanajuato; sus restos con el tiempo se perdieron, por ello el Ayuntamiento, a su memoria, mandó instalar la losa en uno de los sitios más honorables del Panteón de la Santa Vera Cruz.

En 1870, el Distrito de San Juan del Río estaba conformado por las munici­palidades de su nombre y la de Tequisquiapan. Su población ascendía a 33,948 habitantes. La beneficencia pública se componía del hospital y el socorro para los pobres. El Hospital tenía un capital de 10,800 pesos, que le legó doña Rafaela.

En noviembre de 1893, el obispo de la Diócesis de Querétaro, Rafael S. Camacho, hizo una visita pastoral a San Juan del Río, en cuyo recuerdo escribió unos apuntes geográficos y estadísticos de la ciudad —que según los últimos padrones tenía entonces 6,480 habitantes—, donde refiere los benefactores de la población que dejaron fondos en su favor y a cargo del Ayuntamiento para el hospital, para los pobres, para la instrucción pública y para la introducción del agua potable.

Para el Hospital: Rafaela Díaz Torres, 12,220 pesos; Octaviano Muñoz Ledo, 4,000 pesos; Manuel Cazabal, 10,000 pesos. Para los pobres: Esteban Díaz González, 8,000 pesos; Ignacia Quintana, 2,000 pesos. Para la instrucción pública: Rafaela Díaz Torres, 13,000 pesos; el presidente Benito Juárez cedió 4,000 pesos de los fondos públicos. Para la introducción del agua potable: Manuel Cazabal 10,000 pesos, que fueron redimidos en 1885.

El ayuntamiento en algún momento autorizó ponerle su nombre a una pequeña calle que está entre las actuales Miguel Hidalgo y Francisco Javier Mina, es una cuadra antes de la 20 de Noviembre, y en efecto la nombraron, solo que hubo el error, vergonzoso error, de haber separado las letras quedando las nomenclaturas como “Rafael A. Díaz”. No solo no es su nombre, sino que se le dio a masculino. Hasta nuestros días permanece así.

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