La leyenda refiere que la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla tuvo la ocurrencia de tomar un cuadro de caballete con la imagen de la Virgen de Guadalupe para convocar al pueblo a la insurrección. Esa pintura —en el sentido estricto de la palabra— devino en estandarte, convirtiéndose además en trofeo de guerra. En la actualidad se considera una reliquia histórica de valor incalculable y se encuentra expuesto en el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec en la Ciudad de México.
Regresemos en el tiempo. Año 1854, tiempos del presidente Antonio López de Santa Anna. Él fue quien dispuso que el estandarte, que sirvió al cura Hidalgo como bandera del inicio de la Guerra de Independencia, debiera conducirse a la capital del país para su resguardo y preservación como reliquia histórica. La ruta por la que habría de viajar el estandarte hasta su destino pasaba por distintas ciudades, entre ellas San Juan del Río, a donde llegó el 9 de septiembre de aquel año.
Un documento que resguarda el Archivo Histórico Municipal, da cuenta de que el entonces Supremo Gobierno del Departamento de Querétaro notificó al Ilustre Ayuntamiento que pasaría por esta ciudad el estandarte del “Excelentísimo Señor Don Miguel Hidalgo”. Se previno que sería recibido con toda solemnidad. El ayuntamiento sanjuanense acordó en aquella ocasión que el prefecto, el cura párroco, las demás autoridades, empleados y vecinos, se reunieran en la Casa Consistorial para después acudir a recibir el estandarte a la garita de Querétaro, ubicada inmediaciones del Puente de Piedra, lo que en efecto hicieron. Acto seguido fue trasladar, con el debido trato, el estandarte hacia el interior del templo de San Juan de Dios.
De San Juan de Dios salió después el insigne lienzo en paseo solemne hacia la Sala de Cabildos. Por la noche se rindieron los honores a alto trofeo con una serenata e iluminación. Al día siguiente, la misma comitiva de recepción condujo la preciosa alhaja hasta el templo del Sacro Monte, donde estuvo por un rato, y de allí a la garita de México.
El ayuntamiento nombró tres comisiones que fueron las encargadas de procurar los coches necesarios para las comitivas, la iluminación, serenata, adorno del Salón de Cabildos, y para colectas y donativos para solventar los gastos que se generaran “…para acompañar a los señores Prefecto y Cura Párroco quedaron electos los señores Layseca y Quintanar; para solicitar carruajes el señor Díaz; para iluminación, serenata y adorno, los señores García, Chávez y yo el Secretario; y para colectar donativos, los señores Castillo y Herrera; además se encargó a la comisión de Hospital el adorno de dicha casa.” Se acordó también lo siguiente “…que el Ylustre Ayuntamiento asista bajo de masa a la función de gracias, y que la comisión de fiestas ponga sus convites a las autoridades, particulares y empleados, de cuya función se pondrá el programa en conocimiento del público, previniéndose se cierre el comercio durante el tiempo de las funciones dichas.”
En el Museo Nacional de Historia “Castillo de Chapultepec”, se encuentran dos importantes piezas sobre los albores de la Independencia, la primera de ellas es una pintura al óleo con la imagen de la Guadalupana, cuya cédula anota fue “El estandarte de la Virgen de Guadalupe”, enarbolado por Miguel Hidalgo y Costilla el 16 de septiembre de 1810 en la iglesia de Atotonilco, pueblo entre Dolores y San Miguel de Allende en el estado de Guanajuato. La otra pieza, llamada Estandarte utilizado por las fuerzas insurgentes entre 1810 y 1813, por sus características, sí es un blasón. Diversas circunstancias han provocado que el óleo y el blasón, se confundan en el imaginario colectivo.
El óleo de la Virgen de Guadalupe, considerado la imagen enarbolada por Miguel Hidalgo en su arenga “contra el mal gobierno”, corresponde a una pintura hecha en 1805 por el pintor facultativo de la Academia de San Carlos, Andrés López.
Algunos estudiosos han manifestado que el estandarte de Hidalgo no existió, que fue un invento del arzobispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, con el fin de acusar de fautoría (utilizar los símbolos religiosos con objetivos deleznables) al cura de Dolores, en el proceso inquisitorial que se le siguió, siendo este uno de los delitos eclesiásticos más castigados.
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