/ viernes 23 de agosto de 2024

Contraluz / Luis Ugalde Monroy


En la sala de espera de un consultorio leía yo un folletín médico cuando escuché pasos -seguramente de otro paciente, pensé- a los que siguió el saludo cortés tan nuestro de “buenas tardes”.

Respondí igualmente girando la cara hacia el de la voz para escuchar casi de inmediato “eres Carlos” y el saludo formal se volcó en afectuoso reencuentro. Se trataba de don Luis Ugalde Monroy, viejo amigo, puntual compañero de redacción y sacerdote, que hace poco más de dos años fue rehabilitado en su ministerio sacerdotal por el obispo Fidencio López Plaza.

Aunque usando una andadera –tengo entendido que hace poco sufrió una caída- su distintiva alegría se hizo presente de inmediato. Y su lucidez también, tomando en cuenta que el próximo mes de septiembre, “cuando el cambio de estación de verano a otoño, el día 22, cumpla si Dios quiere 99 años”.

La charla fue muy breve pues ya me llamaban a consulta. Pero con alegría recordé tiempo y años en que conocí a Don Luis.

Recordé asimismo una entrevista que le había hecho en el marco de la serie “Personajes de Querétaro” número 73, que realizamos en Noticias Sergio Arturo Venegas, Salvador Rico (qepd), y un servidor, y que fue publicada el 5 de abril de 1980.

La entrada de aquella nota iba así:

“Permítasenos iniciar en primera persona.

“1966: Éramos catequistas. Cada sábado por la tarde en el Ejido Modelo nos esperaba un centenar de niños y niñas. Terminadas las clases venían papás y mamás y hablábamos.

“Un día nos dijeron: “Queremos tener Misa aquí los domingos. Muchos no podemos ir por lo lejos que quedan los templos. Porque tenemos niños chiquitos. Porque pasan muy pocos camiones…” “Nos pidieron conseguir un sacerdote.

“Y lo buscamos, hablamos con varios, con muchos. No había quién pudiera ir, tenían razones tan serias como “no tengo tiempo”; y tan insignificantes como “no tengo tiempo”.

“Alguien por fin nos dijo: busquen a Luis Ugalde, es posible que él vaya”. Lo buscamos y fue.

“La Misa se efectuó entonces en uno de los desayunadores del IPIQ – Instituto de Protección a la Infancia de Querétaro, hoy DIF-. Hubo cantos y hubo oraciones. La homilía no fue tal. Fue una Asamblea. Ahí se habló de higiene, de agricultura, de cooperación. Terminada la Misa incluso los jefes de familia se quedaron a hablar con Ugalde. Se fueron contentos y a los ocho días volvieron, y a los 15, y al mes…” Tiempo después don Luis Ugalde fue inhabilitado de su ministerio sacerdotal en 1975 por decidir permanecer en la tarea de generar cajas populares para combatir la rampante usura de prestamistas que aquejaba a muchos queretanos, al igual que en las entidades vecinas. Hace dos años, a principios de 2022 el obispo Fidencio López Plaza lo reintegró a su ministerio sacerdotal y al presbiterio de la Diócesis como “Responsable Diocesano de Pastoral del Cuidado Integral de la Creación” y adscrito a la parroquia del Sagrado Corazón (Santa Clara).

En aquella entrevista de abril de 1980 don Luis planteó sus afanes y su lucha en favor de la auténtica economía popular hincada más que en el paternalismo y el sistema de dádivas, en la organización, en la disciplina, en el sentido de comunidad, en el ahorro y en el trabajo. En la entrevista aludió al por qué se había hecho sacerdote mostrando una edición amarillenta del Episcopado Mexicano con fecha del “Domingo de Resurrección de 1948” en la que se leía: “Presten a los campesinos, como lo manda el Papa, no solo asistencia religiosa y moral adaptada, sino también asistencia social pues estas dos actuaciones deben obrar de acuerdo; la una sin la otra resulta a menudo ineficaz” (dice el Papa Pío XII), para lo cual promuevan y mantengan las obras de asistencia social y obras sociales, que remedien las necesidades económicas y morales de los campesinos y que en cada lugar convengan…”

“Y en el punto 3 de lo que se manifiesta: “Es necesario garantizar la pequeña y mediana propiedad en la agricultura… asegurando mediante las uniones cooperativas las ventajas de la grande administración” (Pío XIII discurso en septiembre de 1944).

Desde entonces, aseveró don Luis en la entrevista, definí mi camino. Don Luis nació en esta ciudad el 22 de septiembre de 1925 y vivió sus primeros años en Amealco. Hijo único tuvo una infancia considerada normal aunque confesó viejos recuerdos de que le pesaban los viajes en burro rumbo a la ciudad. Hizo aquí sus primeros estudios y en 1938 entró al Seminario Conciliar motivado por el ambiente familiar y por el cura de Santiago, párroco Ramón Martínez.

“Eran tiempos aún de cierta persecución religiosa que terminó por el año de 1940. Después la elección fue mía y me ordené sacerdote en 1951 a los 26 años de edad”.

Los campesinos, los pobres, el pueblo real, y las orillas de la sociedad fueron desde entonces su objetivo.

En 1956, siendo vicario parroquial de Tequisquiapan, quedó inscrito como socio número 1 de la Caja Santa María de Guadalupe. Doce personas y 65 pesos marcaron para la estadística el inicio de la obra que en 1980 integraba a más de 20 mil socios con un capital de 200 millones de pesos. Atestiguó después la organización de mujeres, choferes y mecánicos, así como de peregrinos guadalupanos que fueron dando forma a otras cajas que les permitían ahorrar o evadir los altos réditos de usureros y prestamistas.

Viajó y aprendió en Alemania de las experiencias organizativas y promovió y atestiguó entre otras, la creación de la Caja Libertad, en el templo de la Congregación, cooperativa que con el paso de los años se desvió del camino para funcionar como un banco.

El camino fue duro “es un trabajo difícil, muy pesado, confesó en 1980, pide entrega que puede llegar incluso hasta la entrega de la vida. A mí, en lo personal, allá por el 68 o el 69 me amenazaron en la forma más ruin. No fue a mí a quien físicamente amenazaron, fue a mi madre y a mi tía, dos ancianas de cerca de 80 años. La amenaza fue “las vamos a dejar solas”.

“Ellas temían, insistían en que me saliera de Cajas Populares. Un día por fin pregunté ¿por qué? Y me dijeron “a nosotras nos dicen esto: que yo era comunista, que debía dejar las cooperativas, etcétera… Nunca me quisieron decir de quién venían las presiones…”

-Entramos entonces al terreno de la fe, sugerí.

“Claro. Implica una fe teológica profunda porque depende del concepto del Evangelio que es la voz de Dios. La fe es la respuesta a esa voz. Mi respuesta es mi fe; es quedar comprometido por el pueblo, en cajas populares, en cooperativas, quizá en sindicatos, en luchas pues… El momento histórico así lo determinaba; el camino era el de encontrar soluciones pacíficas…”

Y aclaraba: “Mi posición ante el Evangelio es ser fiel. Quiere ser respuesta total al llamado de Cristo: el que ponga la mano en el arado que no vuelva la vista atrás. Mi posición es la de encontrar el camino juntos. Mi fe es compartir con la gente. No como quien echa porras sino como quien está en el campo. No busco el aplauso, aunque me expongo a la rechifla…”

Mientras estuvo fuera del ministerio sacerdotal, don Luis se apoyó en una religiosa disidente, María Esther Durán Ortega, involucrada también en el movimiento cooperativista, que se convirtió en su gran sostén. Su matrimonio religioso se realizó bajo las normas de la Iglesia Católica. Ella murió a los 93 años, en 2019, y escribió tres libros: Muchacha de rancho, Rompiendo el silencio y Desde Lomas de Casa Blanca.

En la actualidad, don Luis permanece activo y siempre con las manos puestas sobre nuevos proyectos. Vive el presente y desdeña añoranzas. Es asesor en la Caja Popular Florencio Rosas y no ha dejado de lado su interés en profundizar en la educación cooperativa a través de diplomados sobre economía social.

El obispo Fidencio López Plaza, comprometido con la pastoral social y discípulo de don Luis en su época de seminarista, le entregó la estola que portó don Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de las Casas, un hombre volcado a las luchas de emancipación de los indígenas del sureste mexicano y que hizo de Querétaro su residencia en los últimos años de su vida.


En la sala de espera de un consultorio leía yo un folletín médico cuando escuché pasos -seguramente de otro paciente, pensé- a los que siguió el saludo cortés tan nuestro de “buenas tardes”.

Respondí igualmente girando la cara hacia el de la voz para escuchar casi de inmediato “eres Carlos” y el saludo formal se volcó en afectuoso reencuentro. Se trataba de don Luis Ugalde Monroy, viejo amigo, puntual compañero de redacción y sacerdote, que hace poco más de dos años fue rehabilitado en su ministerio sacerdotal por el obispo Fidencio López Plaza.

Aunque usando una andadera –tengo entendido que hace poco sufrió una caída- su distintiva alegría se hizo presente de inmediato. Y su lucidez también, tomando en cuenta que el próximo mes de septiembre, “cuando el cambio de estación de verano a otoño, el día 22, cumpla si Dios quiere 99 años”.

La charla fue muy breve pues ya me llamaban a consulta. Pero con alegría recordé tiempo y años en que conocí a Don Luis.

Recordé asimismo una entrevista que le había hecho en el marco de la serie “Personajes de Querétaro” número 73, que realizamos en Noticias Sergio Arturo Venegas, Salvador Rico (qepd), y un servidor, y que fue publicada el 5 de abril de 1980.

La entrada de aquella nota iba así:

“Permítasenos iniciar en primera persona.

“1966: Éramos catequistas. Cada sábado por la tarde en el Ejido Modelo nos esperaba un centenar de niños y niñas. Terminadas las clases venían papás y mamás y hablábamos.

“Un día nos dijeron: “Queremos tener Misa aquí los domingos. Muchos no podemos ir por lo lejos que quedan los templos. Porque tenemos niños chiquitos. Porque pasan muy pocos camiones…” “Nos pidieron conseguir un sacerdote.

“Y lo buscamos, hablamos con varios, con muchos. No había quién pudiera ir, tenían razones tan serias como “no tengo tiempo”; y tan insignificantes como “no tengo tiempo”.

“Alguien por fin nos dijo: busquen a Luis Ugalde, es posible que él vaya”. Lo buscamos y fue.

“La Misa se efectuó entonces en uno de los desayunadores del IPIQ – Instituto de Protección a la Infancia de Querétaro, hoy DIF-. Hubo cantos y hubo oraciones. La homilía no fue tal. Fue una Asamblea. Ahí se habló de higiene, de agricultura, de cooperación. Terminada la Misa incluso los jefes de familia se quedaron a hablar con Ugalde. Se fueron contentos y a los ocho días volvieron, y a los 15, y al mes…” Tiempo después don Luis Ugalde fue inhabilitado de su ministerio sacerdotal en 1975 por decidir permanecer en la tarea de generar cajas populares para combatir la rampante usura de prestamistas que aquejaba a muchos queretanos, al igual que en las entidades vecinas. Hace dos años, a principios de 2022 el obispo Fidencio López Plaza lo reintegró a su ministerio sacerdotal y al presbiterio de la Diócesis como “Responsable Diocesano de Pastoral del Cuidado Integral de la Creación” y adscrito a la parroquia del Sagrado Corazón (Santa Clara).

En aquella entrevista de abril de 1980 don Luis planteó sus afanes y su lucha en favor de la auténtica economía popular hincada más que en el paternalismo y el sistema de dádivas, en la organización, en la disciplina, en el sentido de comunidad, en el ahorro y en el trabajo. En la entrevista aludió al por qué se había hecho sacerdote mostrando una edición amarillenta del Episcopado Mexicano con fecha del “Domingo de Resurrección de 1948” en la que se leía: “Presten a los campesinos, como lo manda el Papa, no solo asistencia religiosa y moral adaptada, sino también asistencia social pues estas dos actuaciones deben obrar de acuerdo; la una sin la otra resulta a menudo ineficaz” (dice el Papa Pío XII), para lo cual promuevan y mantengan las obras de asistencia social y obras sociales, que remedien las necesidades económicas y morales de los campesinos y que en cada lugar convengan…”

“Y en el punto 3 de lo que se manifiesta: “Es necesario garantizar la pequeña y mediana propiedad en la agricultura… asegurando mediante las uniones cooperativas las ventajas de la grande administración” (Pío XIII discurso en septiembre de 1944).

Desde entonces, aseveró don Luis en la entrevista, definí mi camino. Don Luis nació en esta ciudad el 22 de septiembre de 1925 y vivió sus primeros años en Amealco. Hijo único tuvo una infancia considerada normal aunque confesó viejos recuerdos de que le pesaban los viajes en burro rumbo a la ciudad. Hizo aquí sus primeros estudios y en 1938 entró al Seminario Conciliar motivado por el ambiente familiar y por el cura de Santiago, párroco Ramón Martínez.

“Eran tiempos aún de cierta persecución religiosa que terminó por el año de 1940. Después la elección fue mía y me ordené sacerdote en 1951 a los 26 años de edad”.

Los campesinos, los pobres, el pueblo real, y las orillas de la sociedad fueron desde entonces su objetivo.

En 1956, siendo vicario parroquial de Tequisquiapan, quedó inscrito como socio número 1 de la Caja Santa María de Guadalupe. Doce personas y 65 pesos marcaron para la estadística el inicio de la obra que en 1980 integraba a más de 20 mil socios con un capital de 200 millones de pesos. Atestiguó después la organización de mujeres, choferes y mecánicos, así como de peregrinos guadalupanos que fueron dando forma a otras cajas que les permitían ahorrar o evadir los altos réditos de usureros y prestamistas.

Viajó y aprendió en Alemania de las experiencias organizativas y promovió y atestiguó entre otras, la creación de la Caja Libertad, en el templo de la Congregación, cooperativa que con el paso de los años se desvió del camino para funcionar como un banco.

El camino fue duro “es un trabajo difícil, muy pesado, confesó en 1980, pide entrega que puede llegar incluso hasta la entrega de la vida. A mí, en lo personal, allá por el 68 o el 69 me amenazaron en la forma más ruin. No fue a mí a quien físicamente amenazaron, fue a mi madre y a mi tía, dos ancianas de cerca de 80 años. La amenaza fue “las vamos a dejar solas”.

“Ellas temían, insistían en que me saliera de Cajas Populares. Un día por fin pregunté ¿por qué? Y me dijeron “a nosotras nos dicen esto: que yo era comunista, que debía dejar las cooperativas, etcétera… Nunca me quisieron decir de quién venían las presiones…”

-Entramos entonces al terreno de la fe, sugerí.

“Claro. Implica una fe teológica profunda porque depende del concepto del Evangelio que es la voz de Dios. La fe es la respuesta a esa voz. Mi respuesta es mi fe; es quedar comprometido por el pueblo, en cajas populares, en cooperativas, quizá en sindicatos, en luchas pues… El momento histórico así lo determinaba; el camino era el de encontrar soluciones pacíficas…”

Y aclaraba: “Mi posición ante el Evangelio es ser fiel. Quiere ser respuesta total al llamado de Cristo: el que ponga la mano en el arado que no vuelva la vista atrás. Mi posición es la de encontrar el camino juntos. Mi fe es compartir con la gente. No como quien echa porras sino como quien está en el campo. No busco el aplauso, aunque me expongo a la rechifla…”

Mientras estuvo fuera del ministerio sacerdotal, don Luis se apoyó en una religiosa disidente, María Esther Durán Ortega, involucrada también en el movimiento cooperativista, que se convirtió en su gran sostén. Su matrimonio religioso se realizó bajo las normas de la Iglesia Católica. Ella murió a los 93 años, en 2019, y escribió tres libros: Muchacha de rancho, Rompiendo el silencio y Desde Lomas de Casa Blanca.

En la actualidad, don Luis permanece activo y siempre con las manos puestas sobre nuevos proyectos. Vive el presente y desdeña añoranzas. Es asesor en la Caja Popular Florencio Rosas y no ha dejado de lado su interés en profundizar en la educación cooperativa a través de diplomados sobre economía social.

El obispo Fidencio López Plaza, comprometido con la pastoral social y discípulo de don Luis en su época de seminarista, le entregó la estola que portó don Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de las Casas, un hombre volcado a las luchas de emancipación de los indígenas del sureste mexicano y que hizo de Querétaro su residencia en los últimos años de su vida.