/ viernes 19 de julio de 2024

Contraluz | Joel N. Poinsett


Descendiente de calvinistas que arribaron a Carolina del Sur, Estados Unidos en 1685, Joel R. Poinsett nació el 2 de marzo de 1779. Realizó estudios iniciales en Charleston y después viajó a Inglaterra donde realizó estudios de química, farmacia, anatomía y cirugía en la Facultad de Edimburgo para ser médico como su padre.

Enfermo de tuberculosis no logró tal empeño y continuó viajando por el mundo: Oporto, Escocia, Moscú donde su personalidad y facilidad para encarar problemas y hacer amigos le abrieron puertas de importancia.

Fue después a Brasil, Argentina y Chile como agente especial encargado de introducirse en las élites políticas y económicas de países suramericanos recién independizados con el objeto de tramitar convenios y comercio con Estados Unidos y alentar dejar de lado relaciones con países europeos en especial Gran Bretaña: había nacido la Doctrina Monroe “América para los americanos”.

De regreso a casa contendió por una curul en la Cámara de Representantes consiguiéndola y logrando reconocimiento a sus experiencias y cualidades gracias a su contacto con encumbrados políticos y militares.

Fue entonces cuando 1822 emprendió su primer viaje a México mismo que reseñó en “Notas Sobre México (1822)” realizado con objeto de sondear posibilidades de expansión de Estados Unidos, especialmente la rica provincia de Coahuila-Texas, como ya había ocurrido con Louisiana y Florida.

Sus notas sobre México ahondan más en aspectos relacionados con las riquezas naturales, la geografía, temas sociales y económicos que en cuestiones políticas abordadas tangencialmente aunque reseña encuentros con diputados del Congreso constituyente que en nueve meses no habían avanzado nada en la propuesta constitucional; y con el Emperador Agustín de Iturbide a quien habría planteado revisión de límites y otros asuntos que Iturbide soslayó al remitirlo con el entonces canciller quien le solicitó credenciales que no traía. Tiempo después calificó a Iturbide como “intratable” aunque reconoció en él, sin dejar de aludir a testimonios sobre crueldad, codicia, ambición, presunción, etc. “complexión robusta y bien proporcionado”, facciones “muy buenas”, “trato agradable y simpático…”.

Todo indica que Poinsett, con su gran experiencia, tenía el buen trato de un buen conversador, una preparación diplomática envidiable, buen uso del lenguaje –era políglota-, y enorme capacidad de convencimiento misma que se habría reflejado en su impulso a la logia yorkina –radical, anticlerical y antiespañola- por sobre la escocesa que era más liberal y moderada.

Poinsett regresó a México como enviado plenipotenciario en 1925, ya fusilado Iturbide en Pandilla, Tamaulipas, y se caracterizó por su permanente intromisión en asuntos internos; su liderazgo político a través de la logia yorkina; y su reiterada y obsesiva labor en pro de que México vendiera Texas a Estados Unidos por cuatro o cinco millones de pesos.

Finalmente tuvo que salir del país ante el crecimiento de la demanda popular que se manifestó en grandes concentraciones frente a su vivienda con la consigna: “¡Fuera Poinsett!”.

Y es que había tenido intervenciones frontales, como la de impedir junto con Lorenzo Zavala –que a la postre sería vicegobernador de la ya separada “república de Texas”- que Manuel Gómez Pedraza asumiera la presidencia pese a haberla ganado, y colocar en su lugar a Vicente Guerrero quien menos de un año después fue defeccionado del cargo por “incapacidad”.

En definitiva, Joel R. Poinsset fue pieza fundamental para la caída del I Imperio Mexicano, la separación de Yucatán que después se reintegró, y todo Guatemala –incluidos Chiapas y Soconusco, que después se acogieron de nuevo a la nación mexicana; Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica-. Y por supuesto Poinsett fue factor clave en la separación de Texas y su anexión posterior a Estados Unidos, y de la guerra fundamental que costó a México la pérdida de más de la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos.

Esas “hazañas” no siempre causaron entusiasmo en el país vecino.

Vale por ejemplo citar una nota a una plana de la edición de Life en Español del 2 de abril de 1962 titulada “Bob y la Guerra con México” donde se señalaba: “Durante su reciente visita a varios países del Extremo Oriente, el ministro de Justicia de EE.UU., Robert Kennedy (“Bobby”), ganó no pocos amigos, tanto por su tino diplomático como por su simpática sencillez. En Tokio por ejemplo, no obstante la hostilidad del sector estudiantil comunista, el pueblo lo recibió cordialmente, como puede verse por la alegre expresión de los pequeños japoneses presentados arriba. En realidad una parte de su actuación fue más aplaudida en el extranjero que en los EE.UU. Una de sus declaraciones escandalizó a la mayoría de los texanos. Ello ocurrió cuando en Indonesia, días después de su visita a Japón, aludiendo a la guerra con México en 1847, dijo a unos estudiantes: “No creo que ésa sea una página muy brillante de la historia de los EE.UU.”. Si bien hubo en los EE.UU. quien consideró imprudente esta franca admisión hecha por el hermano del presidente, no hay duda de que fue buena, desde el punto de vista internacional”.