/ viernes 27 de septiembre de 2024

Contraluz / David, misionero 


David Esquivel Hernández es un sobrino –hijo de mi primo Luis Esquivel Torres- a quien le llevo unos seis años y con quien algunas veces, de niños, jugábamos cuando en vacaciones venía con sus papás a la casa de su abuelo José María Esquivel.

Era generalmente risueño, inquieto y juguetón, aunque a veces parecía demasiado serio para su edad.

De niño, como a mí, le aburrían las largas misas en latín y con el oficiante de espaldas a los fieles.

Ya adolescente, impulsado por primos y primas, participó en un grupo familiar cerca de Ciudad Satélite, en México, en el que se reunían para jugar, cantar y realizar diversas obras de labor social en hospicios, asilos de ancianos y en barrios de personas marginadas. Participó también en un grupo de “Jornadas de Vida Cristiana” que fueron muy populares en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Tiempo después, ya adolescente él, y yo casado, un día, a principios de los años 70 del siglo pasado, nos encontramos casualmente en una combi –¿o fue un Ruta 100?- que iba de Chapultepec a Satélite. Nos reconocimos de inmediato y platicamos durante el trayecto. Lo vi serio, quizá un poco atormentado y me contó que tenía dudas sobre su vocación. O más bien que ya no tenía dudas, sino que no sabía cómo decirles a sus papás que quería ser sacerdote.

No recuerdo qué le dije. Quizá que lo pensara bien, que hiciera lo que soñaba, que el llamado de Dios podría ser confuso al principio pero que después se aclaraba sobre todo con los elegidos. Qué se yo. Recordamos todo esto el pasado sábado cuando, en amplia reunión familiar básicamente de “esquiveles”, lo acompañamos a celebrar sus 40 años de ordenación sacerdotal.

Ahí recordó que de muy joven, cursaba el tercer semestre de la carrera de ingeniería en el Politécnico Nacional, cuando quiso ser sacerdote en la orden de los misioneros combonianos porque le entusiasmó poder ser misionero en África luego de que por algunas lecturas de “Vidas Ejemplares” y de una revista –Esquila Misional- supo de mexicanos que llevaban hasta aquellas lejanas tierras, el mensaje del Dios bueno.

Fue una fiesta en la que imperó la alegría, la camarería, la música, la charla y el baile, luego de que David celebró la Santa Misa, bellamente armonizada, en la que habló un poco de su historia, del llamado, de la familia, de los amigos y del cumplimiento cabal de sus sueños, no sin avatares, desánimos, retos, decepciones, alegrías y logros, resueltos siempre en una fe firme y en el mandato del amor; en la Misa se oró también por la paz, por México, por nuestra Iglesia, por la familia y por los anhelos de todos los presentes.

También se distribuyó un pequeño libro con apuntes y fotografías, plenos de vida sobre la experiencia pastoral de David a lo largo de su trayecto existencial y en especial de su experiencia como sacerdote misionero en África –más de 20 años-, y en jornadas intermedias en comunidades de México como Tlapa, Guerrero y Almolonga, Veracruz.

En el libro hay un relato sobre su tarea pastoral ocurrido en Chad (nación en el centro de África) que me llamó profundamente la atención por razones obvias, y que transcribo tal cual a continuación:

El bautismo de Brigitte y Agathe (Moissala, abril de 2005)

Todos los años, hacia finales de Cuaresma, se realizan en la parroquia de Moissala los retiros de elección para los catecúmenos que van a recibir el bautismo. Cada sector reagrupa a siete u ocho rancherías y lleva a cabo su retiro con un número de catecúmenos que oscila entre los diez y treinta candidatos de todas las edades.

En ese 2005 llegué yo al sector de Bekourou y me presentaron a los candidatos. Había de la tercera edad, adultos, jóvenes y niños. Luego me presentaron a dos mujeres ya de edad avanzada que habían sido constantes los cuatro años de preparación, pero no habían asistido a los retiros parciales y, según el reglamento quedaban fuera. Las observé: pelo blanco, una más vieja que otra, arrugada y con bastón. Las saludé y les pregunté su nombre y el pueblo de dónde venían. Madjalta y Néloumnta eran de Benkanja, a 15 kilómetros de Bekourou ¡a pie para ellas era un viaje de cuatro horas!

Les dije que se prepararan para Pascua porque iban a ser bautizadas.

Néloumnta sonrió abiertamente con su desdentada boca mientras Madjalta gritaba con el clásico ouyouyou que es expresión de gran regocijo.

Un mes después estaba yo para celebrar la Pascua en Békourou. Los candidatos habían llegado; eran solo diez y ahí estaban Madjalta y Néloumnta que habían traído un pequeño bulto de mijo para participar con la comunidad de Békourou que iba a dar de comer a los candidatos durante esos días.

Siguieron ellos su preparación paralela a la celebración de los oficios de Semana Santa con un retiro, apartados a unos 200 metros de “la misión”.

Y llegó así el sábado por la noche que se celebra la Vigilia Pascual. Hicimos la liturgia del fuego nuevo que se celebra a campo abierto, luego la liturgia de la Palabra que consta de muchas lecturas intercaladas con salmos y cantos, y llegamos así al tercer momento de la vigilia pascual que es precisamente la liturgia bautismal. Los padrinos con sus ahijados proclamaron su renuncia al mal y su profesión de fe, la asamblea cantó y danzó la letanía de los santos, luego bendije el agua que estaba en unos tambos (en Békourou no hay arroyo ni río cerca) y procedí al bautismo de cada candidato. Madjalta escogió el nombre cristiano de Brigitte y y Néloumnta el de Agathe. Yo veía sus rostros radiantes de alegría y felicidad por acariciar ese momento tan ansiado durante tantos años. Toda la gente cantaba y danzaba lanzando ouyouyou.

Se las llevaron para cambiarse y al regresar, junto con los otros ocho bautizados, lucían su radiante vestidura blanca y venían danzando como quinceañeras balanceando hábilmente sus caderas y gritando junto con todos los demás: “m-inga bapteme, bawsi Ala or ndoué domde; rom lelem ya” (Encontré mi bautismo, Dios me ha bendecido; estoy feliz). El calor había aumentado con las velas y todos escurríamos sudor, pero estábamos como extasiados o en trance. Después de la ceremonia me invitaron en la casa del catequista responsable a cenar la “boule” con su aderezo de fiesta y piezas de pollo.

Los bautizados habían sido invitados a diferentes casas y nos dispersamos. Yo me fui a dormir a mi casita de adobe no lejos de la capilla y ahí me arrullaron los gritos y danzas de la gente que siguió la fiesta hasta Dios sabe qué horas.

Las fiestas de los pobres son hermosas y evangelizadoras.