Termina el sexenio de López Obrador, para algunos eterno y para otros fugaz, pero para nadie inadvertido. Este gobierno ha avanzado en la repartición de la riqueza, ya sea por el significativo aumento al salario mínimo o por la aplicación de sus programas sociales, con los que ha logrado, si no acabar con la pobreza, sí darle a los más necesitados una base mínima de satisfactores económicos que les permitan transitarla.
La política fiscal también ha sido positiva en el gobierno que termina, aunque seguimos teniendo una de las recaudaciones más bajas del mundo y tampoco se quiso asumir la responsabilidad de una reforma fiscal integral para no cargar con el costo político que conlleva, se logró aumentar el ingreso de recursos de los grandes contribuyentes que antes lo evadían.
La infraestructura que deja el presidente es otro motivo de debate, comenzó cancelando lo que pudo ser para México su motor económico más importante del presente siglo; el aeropuerto de Texcoco. A cambio construyó algunos aeropuertos menores, vías férreas estratégicas como la del Itsmo de Tehuantepec y otras cuestionables como la del Tren Maya, pasando por una gran refinería en Dos Bocas que nos transporta a la década de los setentas cuando se vivía en el mundo un gran auge petrolero, en vez de perfilarnos hacia el futuro de las energías renovables.
Las conferencias mañaneras se convirtieron en un pilar fundamental de su gobierno, miles de horas al aire de propaganda oficial y personal para el presidente, un potente megáfono desde el poder público donde se colocaba la agenda del día, se atacaba sin piedad a los adversarios y se acercaba más a su base de votantes.
Sin embargo los grandes fracasos también están a la visa, siendo el de la seguridad el mayor de todos. Su política de “abrazos y no balazos” fue un absoluto desastre, dejando un país ensangrentado, enfrentado y sumido en la violencia como ningún otro, con casi 200 mil homicidios dolosos que se suman a los más de 50 mil desaparecidos y con el crímen organizado controlando buena parte del territorio nacional.
La salud pública también sufrió un retroceso considerable, el mal manejo de la pandemia nos dejó más de 800 mil personas fallecidas y siendo uno de los cinco países con más muertes en el mundo. Además desapareció el seguro popular dejando sin acceso a la salud a más de 20 millones de mexicanos.
El crecimiento económico del país es el más bajo de los últimos 40 años con apenas el 1% del PIB y una deuda pública del 50% que pone en riesgo las finanzas nacionales. Ahora la presidenta Claudia Sheinbaum tendrá que dar continuidad a lo positivo, pero también revertir las malas decisiones de un gobierno que se va con mucha popularidad pero muy cuestionables resultados. Ojalá venga un sexenio brillante para México y no solo uno de contrastes. Al tiempo.
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