El presidente López Obrador ha tomado el sistema de salud de Dinamarca como un ejemplo de lo que sería el mexicano durante su administración, llegando a decir en su último informe que ya lo habíamos superado. La comparación siempre ha rayado en el absurdo. Dinamarca tiene alrededor de 6 millones de habitantes -como Guanajuato- y una tasa tributaria del 57%, casi el doble que la nuestra, que le dan una solidez en sus finanzas públicas que nosotros nunca hemos conocido.
En México tenemos una mortalidad infantil cuatro veces mayor a la de Dinamarca, una expectativa de vida al nacer seis años menor, una mortalidad materna doce veces mayor. Los modelos son distintos, mientras allá es universal, integral en todo el territorio, financiado con impuestos y brinda un servicio gratuito a toda la población; aquí tenemos un sistema mixto, con varias instituciones que prestan el servicio como el IMSS, el ISSSTE, el Ejército, la Marina, los Sistemas Estatales de Salud y se paga principalmente con las aportaciones de los trabajadores formales y sus empleadores.
La universalidad en el acceso a la salud es un derecho fundamental, pero en la forma de financiarlo y sus resultados está toda la diferencia.
El tamaño de la economía informal en México es tan grande que a través de la hacienda pública es imposible pagar un buen sistema de salud.
Mientras que Dinamarca invierte en salud el 11% de su PIB, México sólo el 2.4%. Cuando una persona nace en Dinamarca, automáticamente queda inscrita en el sistema nacional de salud, su sanidad está pagada casi en su totalidad -exceptuando algunas medicinas- la odontología es gratuita hasta cumplir los 18 años. El 99% de la población tiene un médico especialista asignado para la atención primaria. Si un danés se siente mal llama a su clínica para que un especialista valore si debe acudir al hospital, recetarlo por teléfono o ir a verlo a su domicilio. Las consultas suelen ser video grabadas para que el registro de medicamentos quede guardado en una tarjeta electrónica y pueda surtirlos en cualquier farmacia del país. Cuando una persona es diagnosticada con cáncer no pueden pasar más de 48 horas para comenzar su tratamiento.
Su tasa de vacunación infantil supera el 98%, cuando en nuestro país se han dejado sin vacunas básicas a más de 6 millones de niños, exponiéndolos a la hepatitis B, difteria, tétanos, neumococo, sarampión o rotavirus.
El año pasado se dejaron de surtir 15 millones de recetas y se presentó la tasa más alta de mortalidad evitable dentro de una lista de 45 países. Tenemos un déficit de 200 mil médicos y 300 mil enfermeros, tiempos de espera interminables para conseguir una cita o programar una cirugía, escasez de medicamentos, burocracia y corrupción institucional e instalaciones en condiciones deplorables. Está claro que no, no somos como Dinamarca. Al tiempo.
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