/ domingo 6 de octubre de 2024

Aquí Querétaro / Mi amigo el político

Hace algunos ayeres, un destacado y experimentado político me hizo un comentario que pudiera resumir la forma más adecuada y efectiva de gobernar: “Nunca hagas algo que no te pidan, y si es algo que sabes se debe hacer, que también te lo pidan”.

Y es que el trabajo del administrador público es precisamente ese: facilitar caminos para que la vida en sociedad transcurra lo mejor posible. En este empeño, el de gobernar, pueden existir ideas innovadoras, deseos personales, inquietudes propias, pero si no cuentan con el consenso de una mayoría de la sociedad pueden resultar inviables.

El destacado y experimentado político, al que considero mi amigo (lo que ya es decir bastante en un mundo, el de la política, donde las amistades suelen dejar paso a las conveniencias) tiene (o tenía, porque ya no ejerce en público a pesar de que creo que es político de nacimiento) otra peculiaridad que no es común, que no me la contó, pero que le advertí de siempre: nunca miró por debajo del hombro a sus contrincantes, antes bien, les reconoció siempre sus virtudes por encima de sus defectos.

Otra cosa que advertí en él fue su empeño en trabajar, en sudar la gota gorda del empleo público, en aprovechar el tiempo y no dejarse llevar por los dulces sabores del poder, que motivan al ocio, la displicencia y la confianza. Llegaba a trabajar antes que nadie y se marchaba después de todos en compañía de aquellos que pensaban que seguirle el paso era necesario para mantener el empleo.

Y también, claro está, reconozco en él su capacidad política para responder a amenazas con otras envueltas en el terciopelo del lenguaje y los subtextos, su dureza de fondos cuando la situación lo ameritaba, y su resistencia ante la crítica. “Los políticos debemos tener un hígado impermeable”, me confesó alguna vez.

Me acordé de mi amigo, el destacado y experimentado político, al leer sobre las tomas de posesión (o cómo se les diga a esos actos multitudinarios organizados sin empalmarse entre ellos) de una nueva generación de políticos queretanos que detonan en el rostro y el discurso una proclividad por lo superfluo y por la utilización de las redes sociales como un mecanismo para despertar simpatías. Esos que, al menos en apariencia, van a hacer cosas que nadie les pida y tienen el hígado tan delicado como la epidermis.


Hace algunos ayeres, un destacado y experimentado político me hizo un comentario que pudiera resumir la forma más adecuada y efectiva de gobernar: “Nunca hagas algo que no te pidan, y si es algo que sabes se debe hacer, que también te lo pidan”.

Y es que el trabajo del administrador público es precisamente ese: facilitar caminos para que la vida en sociedad transcurra lo mejor posible. En este empeño, el de gobernar, pueden existir ideas innovadoras, deseos personales, inquietudes propias, pero si no cuentan con el consenso de una mayoría de la sociedad pueden resultar inviables.

El destacado y experimentado político, al que considero mi amigo (lo que ya es decir bastante en un mundo, el de la política, donde las amistades suelen dejar paso a las conveniencias) tiene (o tenía, porque ya no ejerce en público a pesar de que creo que es político de nacimiento) otra peculiaridad que no es común, que no me la contó, pero que le advertí de siempre: nunca miró por debajo del hombro a sus contrincantes, antes bien, les reconoció siempre sus virtudes por encima de sus defectos.

Otra cosa que advertí en él fue su empeño en trabajar, en sudar la gota gorda del empleo público, en aprovechar el tiempo y no dejarse llevar por los dulces sabores del poder, que motivan al ocio, la displicencia y la confianza. Llegaba a trabajar antes que nadie y se marchaba después de todos en compañía de aquellos que pensaban que seguirle el paso era necesario para mantener el empleo.

Y también, claro está, reconozco en él su capacidad política para responder a amenazas con otras envueltas en el terciopelo del lenguaje y los subtextos, su dureza de fondos cuando la situación lo ameritaba, y su resistencia ante la crítica. “Los políticos debemos tener un hígado impermeable”, me confesó alguna vez.

Me acordé de mi amigo, el destacado y experimentado político, al leer sobre las tomas de posesión (o cómo se les diga a esos actos multitudinarios organizados sin empalmarse entre ellos) de una nueva generación de políticos queretanos que detonan en el rostro y el discurso una proclividad por lo superfluo y por la utilización de las redes sociales como un mecanismo para despertar simpatías. Esos que, al menos en apariencia, van a hacer cosas que nadie les pida y tienen el hígado tan delicado como la epidermis.